![Hitler aún puede vencer](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2025/02/07/hitler-kjhB-U230794219552ofF-1200x840@El%20Norte.jpg)
![Hitler aún puede vencer](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2025/02/07/hitler-kjhB-U230794219552ofF-1200x840@El%20Norte.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Elie Wiesel, superviviente del Holocausto y Premio Nobel de la Paz, decía que Hitler –y no Dios- fue quien mantuvo su promesa. Prometió exterminar al pueblo judío y lo llevó a efecto; Dios, en cambio, no hizo nada mientras esto ocurría por el pueblo que ... había declarado imperecedero. Hoy, ochenta años después de Auschwitz, bien podemos decir que no, que Hitler ha sido derrotado porque su proyecto no consistía sólo en exterminar a un pueblo, sino en no dejar rastro del crimen para nadie le recordara.
Y hoy recordamos. De aquel desastre humanitario hay monumentos, museos, efemérides como la del Día Internacional de las Víctimas del Holocausto que recordamos el 27 de enero de cada año, libros y tesis doctorales que lo perpetúan. En eso Hitler se equivocó, pero quizá no del todo porque los mismos supervivientes asociaban la memoria al «nunca más». Pensaban, quizá con cierta ingenuidad, que recordando lo ocurrido se conjuraba el peligro de una repetición. Otros, más avispados, como las potencias vencedoras, propusieron medidas más contundentes para que el fascismo no volviera. Pensemos, por ejemplo, en el Plan Marshal, el Juicio de Nurenberg o imponer a los alemanes una constitución democrática. Los supervivientes confiaban más, sin embargo, en la modesta arma de la memoria.
Hemos recordado, sí, pero no hemos impedido la repetición de nuevos genocidios; tampoco hemos cambiado las lógicas políticas que llevaron a los campos de exterminio, por no hablar del fracaso que supone seguir haciendo política sobre los sufrimientos de tantos inocentes.
Si la memoria de las víctimas no es capaz de hacernos cambiar, habrá que preguntarse, antes de desahuciar a la memoria, qué tiene que ver nuestra manera de recordar con la memoria que tenían en la mente los supervivientes cuando la asociaban al «nunca más».
Memoria hay tanta en nuestro tiempo que hay quien habla del siglo XXI como de «la era de la memoria», pero obligado es decir que hay notables diferencias entre nuestra memoria y la que se desprende de Auschwitz. Para empezar la nuestra es un sentimiento, noble sentimiento de compasión por las víctimas, que se resuelve en indignación contra la barbarie. La de Auschwitz, por el contrario, es un pensamiento, es decir, el deber de pensar de nuevo las bases culturales de nuestra civilización, partiendo de lo que el hombre hizo en el siglo pasado. Pero aquellas peligrosas bases siguen hoy disfrutando del mismo prestigio que antaño. Pensemos por ejemplo en el culto al progreso, en el trato al emigrante, por no hablar de la persistencia de la xenofobia y del antisemitisimo. En esas creencia profundas, que tanto condicionan la vida cotidiana, seguimos pensando como antes con lo que siguen abiertas las grandes avenidas que llevan a la barbarie.
Hay una segunda diferencia que atañe directamente a la política. Vemos con qué alborozo se publicita el crecimiento económico anual de cada país, si es positivo, y el duelo que provoca, si es negativo. El objetivo de la política es la riqueza nacional, mientras que la lección que se deriva de aquella catástrofe pone el acento en la lucha contra el sufrimiento, que no es lo mismo. Si los supervivientes nos mandan el mensaje de que «dejar hablar al sufrimiento es la condición de toda verdad» es para que la política busque un equilibrio entre la generación de riqueza y el bienestar general porque el objetivo no es tener más sino combatir la miseria. Ese vuelco en las prioridades políticas está por darse. Habría que corregir, en tercer lugar, el sentido de nuestra mirada. Cuando hablamos de memoria de las víctimas tendemos a identificarnos con ellas, como si fuéramos nosotros mismos parte de ellas o una de ellas. Es un enfoque peligroso por muy consolador que nos resulte porque lo que las víctimas nos piden es que se acabe la victimación, es decir, que no se repita su destino. Para conseguirlo es mucho más responsable preguntarnos qué nos relaciona con los verdugos o,como se decía a sí mismo Primo Levi, «¿qué hubiera hecho yo en su lugar»? Avanzaremos más en la lucha contra la violencia victimizadora si desterremos de nosotros los impulsos violentos, si depuramos de nuestras opiniones todo resto discriminatorio, toda huella antisemita, todo resquicio xenófobo, todo atisbo autoritario.
Más allá de las diferencias entre nuestra forma de recordar y la que nos exige Auschwitz debería darnos que pensar un hecho indiscutible: la memoria lejos de unirnos, nos divide. Esta división es gravemente anómala porque la memoria de las víctimas no es nostálgica, es decir, no pretende repetir el pasado sino superarle, por eso quien recuerde debe comprometerse en crear las condiciones necesarias para un tiempo nuevo. Este compromiso afecta a la víctimas y a los victimarios, que ya han prácticamente desaparecido, pero también a los espectadores de las generaciones siguientes que somos nosotros. Preocupa que haya quien prolongue en algunos de sus puntos el programa de los victimarios, como está haciendo la extrema derecha, pero también la versión nostálgica de quienes se declaran herederos de las víctimas, anclados en el pasado. Es como si tanto sufrimiento hubiera sido en vano.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.