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Nos dicen que el jefe de Delitos Económicos de la Policía Nacional de Madrid ha sido detenido por robar, presuntamente. Ya de por sí la noticia es sorprendente pero la sorpresa se acerca al esperpento cuando nos explican que el caballero había emparedado en ... su domicilio unos quince millones de euros. Si uno entierra en vida esa cantidad es porque renuncia a utilizarla, algo que el hombre estaba dispuesto a cumplir a rajatabla pues nada externo dejaba traslucir que era un millonario en euros. No quería tener el dinero para gastarlo sino para poseerlo. Esto que parece una rareza en una sociedad de consumo tiene, sin embargo, un valor simbólico de gran calado. Es verdad que hay mucha gente a la que el dinero no alcanza, de suerte que si lo tuviera sería para cubrir sus necesidades. Pero la gran mayoría de los que tienen dinero de verdad, no lo poseen para gastarlo pues tienen sus necesidades y las de los suyos ampliamente cubiertas. No lo tienen para vivir; incluso podemos decir que viven para tener más dinero. Les pasa lo que al avaro del 'Pequeño Príncipe' de Saint Exupéry que compraba estrellas para tener más dinero y así poder comprar nuevas estrellas con las que multiplicar el dinero. Nada extraño el comentario de aquel maravilloso niño: «la gente adulta no tiene arreglo». Bueno pues estos ricos pueden ser una minoría pero expresan el ideal de otros muchos y, sobre todo, su modo de entender el dinero responde a lo que se lleva.
El dinero se inventó para cubrir necesidades, pero ha crecido tanto que todo el mundo le busca para tenerlo, aunque sea emparedado. Dice Aristóteles que «el dinero representa la necesidad», es decir, se inventa para poder cubrir las necesidades del ser humano. ¿Cómo? Pensemos que el ser humano necesita para sobrevivir comida, vestido, casa, etc, es decir, tiene que contar con los productos de panaderos, albañiles o tejedores. Para adquirirlos no dispone más que de lo que él produce trabajando. En un primer momento ese intercambio se lleva a cabo por el trueque: tu me das unas albarcas y yo te doy un pan. Pero para poder intercambiar con productos lejanos había que tener un representante de la mercancía que valiera tanto como la propia mercancía pero que se pudiera llevar en la faltriquera. Ese mediador o representante es el dinero (un papel o un trozo de metal). Las cosas valían en función de la necesidad y ese valor era el que representaba el dinero. Ni a Aristóteles ni a nadie cuerdo se le pasaba por la imaginación que el dinero tuviera valor en sí mismo, sino siempre en función de la necesidad y de la escasez, es decir, de la función social, por eso calificaban de asocial a quien utilizara el dinero para acumular productos y subirles de precio, y por eso también les parecía profundamente irracional e injusto dedicarse a acumular dinero. Con razón decían los aztecas de aquellos españoles que exultaban a la vista del oro de Moctezuma que «saltaban como monos».
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El dinero emparedado es una expresión mayúscula del culto al dinero. Lo que nos cuesta entender es que ese gesto no es propio de un ser extraviado, como el policía de Madrid, sino que nos representa porque al día de hoy «el capitalismo es una religión», como reza una famosa tesis que cada vez se hace más audible. Toda religión tiene sus dogmas que hay que creer. Eso en latín se llama «creditum». Pues bien el dogma del capitalismo es el más sencillo de todos porque no consiste en un catálogo de verdades sino en tener crédito. Si tienes crédito el banco te abrirá sus puertas de par de par. Para tener crédito no cuenta ser buena persona, ni tus saberes, sino tu capacidad en convertir lo que toques en dinero. Pero no te fíes porque el Reino del Capitalismo no está inventado para hacer felices a sus clientes, sino desgraciados. En esto el capitalismo es una religión única. Quien tiene crédito, en efecto, recibe dinero del banco. Ese gesto, clave para la maquinaria capitalista, se llama en alemán «Schuld» que significa deuda y culpa. Quien recibe un préstamo queda, evidentemente, endeudado pero además culpabilizado. No liberado sino desgraciado porque al gastar lo que no tienes, gastas lo que no es tuyo y, además, te metes en una cadena de préstamos de la que es difícil liberarse. Famoso fue el caso de Grecia, en la crisis del 2009, cuando Europa le prestaba dinero para pagar los intereses del dinero que le había prestado, aumentando así la deuda.
Si nos preguntamos por qué el capitalismo goza, pese a todo, de tanto prestigio es, además del fracaso del comunismo, porque nos proporciona dinero para cubrir las necesidades vitales. Esa es su parte racional. Esa es la función que tiene en la gente que vive pendiente de la necesidad y que trabajan para vivir. Son ellos, los pobres, los que salvan la racionalidad del sistema. Pero no nos engañemos, las masas de dinero que circulan por el universo no están animadas por un deseo de satisfacer necesidades sino de multiplicarse exponencialmente. En el capital financiero manda el culto al dinero. Viven para adorarle. Hay que agradecer a noticias como la de este policía, Jefe de los Delitos Económicos, que nos haga ver en qué mundo vivimos. Si grave es su delito por robar dinero, mayor es el nuestro por sacrificarle la vida.
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