Día de Reyes

Aunque el dicho popular asegure que «hasta San Antón, Pascuas son», lo cierto es que el día de Reyes baja el telón de las fiestas y clausura la Navidad. Toca desmontar el belén, plegar el árbol, recoger el espumillón y volver a la rutina. Y se agradece, que esto de la Navidad se hace más largo que un día sin pan.

Ágapes que otrora eran el escenario propicio para limar asperezas familiares se han convertido ahora en agrias mesas de debate. Entre villancicos, copitas y polvorones flota en el ambiente una calma chicha que estalla cuando cuñados y nueras entran al trapo de la actualidad más candente con mañas de tertuliano pendenciero. Entonces se desata un zafarrancho de monsergas y se destapa esa caja de Pandora donde todo cabe: las promesas incumplidas, las poltronas, los privilegios territoriales, León solo, el derecho a decidir, los pactos contra natura… Para unos navegamos viento en popa a toda vela y para otros este barco va sin tripulación y a la deriva. Sálvese quien pueda.

Pero acabamos de estrenar calendario y con él los buenos propósitos, así que no seré yo el cenizo que amargue esta epifanía con jeremiadas y negros vaticinios. Ya se ha consumado el enlace, tenemos pacto de investidura y a un montón de tropa en expectativa de destino hecha un manojo de nervios. Y nosotros arre borriquito, a hacer números para llegar a fin de mes y a remontar con resaca la famosa cuesta de enero. Por cierto, seguro que en el roscón me toca el haba. Ay.