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Cuando se escriben estas líneas, todavía no se conocen los resultados de las elecciones madrileñas, pero ello no impide que, a la vista de lo acontecido durante los prolegómenos, se busquen ya las proyecciones de los resultados, sus consecuencias en el ámbito del ... equilibrio entre los partidos y, por ende, de la representación en el plano estatal.
La tumultuosa y ruidosa campaña electoral ha dejado algunas constataciones. Por una parte, en el PP hay evidentemente dos sensibilidades distintas con respecto a Vox. Frente a Casado, que no acaba de convencerse de la conveniencia de mantener relaciones con la extrema derecha, Ayuso no muestra el menor desagrado ante esta coyuntura. Quizá por ello el PP, al final de la campaña, ha apartado de la primera línea de combate a Casado, quizá para no quemarle en este dilema y porque Ayuso parece bastarse para sostener su propio liderazgo. Habrá que ver en el futuro si este diferendo tiene consecuencias y si la notoriedad de Ayuso en el PP no termina haciendo sombra a Casado y a la mediocre corte de su alrededor. Las dos almas del PP, la constitucional y la nostálgica, tendrán que debatirse internamente sobre qué hacer con Vox: si darle entrada con naturalidad como en Italia sucede con la ultraderecha, o si afirmar la tesis del cordón sanitario como en Francia o Alemania.
Estas elecciones servirán asimismo para observar la evolución de Vox, que obtuvo el 15,2% de los votos en las últimas elecciones generales, que alcanzó el 18,5% en la Comunidad de Madrid (en Murcia, Vox llegó al 28% y en Andalucía al 20%). Ha de haber un correlato más o menos constante entre PP y Vox, que provienen del mismo tronco, que habrá de estabilizarse, si no prosperan las tentativas de reunificación.
El debate que se ha producido en plena pandemia ha sido hosco y hasta cierto punto banal, pero se ha producido entre dos posiciones bien caracterizadas: una derecha liberal que apuesta por el 'Estado mínimo' y por la menor intervención de lo público en el destino de las personas, y una izquierda socialdemócrata que apuesta por mejorar los grandes servicios públicos como principal herramienta de integración y nivelación social. De momento, no necesitará más recursos para ello puesto que la Unión Europea, en un gesto revolucionario, ha salido de su reduccionismo ortodoxo y ha optado por poner en marcha políticas expansivas que alivien el sufrimiento de la gente y aceleren la recuperación tras la crisis; por ello, no urgen las subidas de impuestos.
Este debate, que se produce cuando los Estados Unidos están regresando con Biden al 'welfare state' (Roosevelt) después de una etapa de ominoso populismo clasista y desintegrador, será el que a medio plazo asiente las posiciones de la sociedad española, que no pueden reducirse en un dilema entre buenos (han mantenido abiertos los bares) y malos (han mantenido cerrada la restauración), como a veces ha parecido suceder. Las clases medias están observando con curiosidad el espectáculo de allí y de aquí, conscientes de que Biden sólo ha «amenazado» con subidas de impuestos a las empresas y a quienes ingresen más de 400.000 dólares al año.
La fortaleza de este dilema expulsa del escenario al centro, que parece haber consumido un ciclo más, sin éxito a medio plazo. La opción de Cs de unirse a la suerte de la derecha habrá dejado a esta organización definitivamente maltrecha, de modo que se potenciará de nuevo una especie de binomio ideológico derecha-izquierda en que la derecha encontrará por puro instinto de supervivencia una fórmula de cooperación entre sus dos actores, y la izquierda deberá reflexionar sobre su actual fractura: Más Madrid habrá de hacer mayor en el Estado, en soledad o en alianza, y Unidas Podemos habrá de seguir fiando su futuro a la suerte del actual gobierno del Estado, del que forma parte, y a las andanzas de un Pablo Iglesias extraordinariamente desgastado que dice que se marcha. Con estos mimbres, la política estatal deberá emprender ciertas correcciones para seguir su camino.
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