La Junta de Castilla y León adoptó este martes medidas de restricción muy duras para frenar la pandemia por coronavirus que asola la región, que en estos momentos sufre una incidencia muy por encima de la que cabría calificar como aceptable.
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Días después ... de que el Gobierno impusiera el toque de queda -que en nuestra región se aplica cada día desde las 22:00 horas- y de que el Ejecutivo autonómico cerrara al tránsito los movimientos entre nuestra comunidad y sus colindantes, este martes le tocó el turno a la hostelería y a los centros comerciales, además de a los deportivos. También se suspendieron las visitas a las residencias de personas mayores.
El mazazo económico y moral para bares y restaurantes es demoledor. Muchos de ellos firmarán su acta de defunción como negocios, incapaces de sobrevivir a un segundo cierre como el que ya experimentaron en marzo pasado.
Sin embargo, y pese a todo, es harto probable que estas medidas se muestren insuficientes para controlar una epidemia monstruosa y letal como la que sufrimos desde hace meses. Conviene tener en cuenta que el contexto epidemiológico actual es el de transmisión comunitaria, por lo que ya no funcionan los rastreos. El virus está potencialmente en todas partes y de nada servirá ninguna decisión de las tomadas si comenzamos a hacer fuera de los bares y restaurantes lo que hasta ahora hacíamos en ellos.
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La única medida eficaz contra este virus es que encuentre barreras a su altísima contagiosidad, que es la que de verdad colapsa nuestro sistema sanitario, causa miles de muertes y hunde después nuestra economía. Por eso, además de las mascarillas y los geles, hay que mantener una firme disciplina vigilando la distancia mínima en los contactos personales imprescindibles y evitando, por mucho que duela, los prescindibles. De todo tipo. Especialmente los familiares porque en ellos tendemos a relajar las prevenciones.
A día de hoy, sin vacunas ni tratamientos, es la única respuesta que podemos dar. Ello exige un altísimo grado de responsabilidad colectiva. Todos debemos tomar conciencia de lo que supone para nuestro futuro como sociedad eludir nuestro papel individual en la lucha contra esta terrible lacra.
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Junto a ello, las administraciones e instituciones, tanto las regionales como las nacionales, deberían remar en esa misma dirección, la de la responsabilidad. Y deberían hacerlo con mayor generosidad y contundencia que como lo vienen haciendo, con coherencia, unidad, conocimiento y anticipación, valores que, por desgracia, no abundan.
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