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Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), con 596.000 votos y 33 escaños, consiguió imponerse a JxCat, la formación de Puigdemont que representaba la mayoría del pospujolismo, que obtuvo 562.000 votos y un escaño menos, 32, pero que hubiese adelantado a los republicanos si Artur ... Mas, harto de las excentricidades de Puigdemont, no se hubiera empeñado en comparecer también al frente del PDECat, que no obtuvo escaños y consumió 76.000 votos.
En realidad, el hecho de que ERC haya sobrepasado a JxCat tan solo significa que, si todo sucede como está más o menos planeado, la presidencia de la Generalitat recaerá en Pere Aragonés y no en Laura Borrás, cuestión que no es en absoluto irrelevante. Porque aunque el soberanismo flamígero sea el distintivo de las tres formaciones de esta índole -la tercera es la CUP-, Puigdemont no es Junqueras, ni Convergencia, la madre del actual nacionalismo conservador, fue Esquerra Republicana.
Las primeras reacciones de Junqueras, en que el líder republicano quiso dejar muy claro que su filiación soberanista predominaría sobre la izquierdista, incluyeron críticas a la corrupción de los grandes partidos estatales, un argumento esgrimido para guardar distancias con ellos. La tesis es plausible, pero Junqueras no pudo ignorar que también sirve para sus próximos compañeros de coalición: la familia Pujol, que acogió a Artur Mas como a un hijo hasta traspasarle la heredad política del patriarca, ha contaminado la memoria de Convergència, por muchos cambios de nombre que haya experimentado aquella formación que fue una extraña síntesis de nacionalismo romántico, beatería santurrona, socialdemocracia meliflua, capitalismo duro, comisionismo sin rubor y clientelismo descarado.
Quiere decirse que las relaciones entre ERC y JxCat no han sido fáciles y nada indica que vayan a serlo en el futuro, aunque de momento se acceda a la euforia independentista para disimular los roces. La realidad es que las elecciones se han tenido que precipitar porque no ha habido forma de generar un mínimo consenso entre ERC, JxCat y la CUP a las órdenes del inepto Joaquim Torra. Y nada indica que vaya a ser fácil ahora conseguirlo al mando de Pare Aragonés, que no es precisamente un líder carismático.
De entrada, es patente que Puigdemont tiene prisa en forzar la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) porque su posición en el exterior quedaría en ridículo si el nacionalismo se pusiera a negociar y a pactar con el Estado. La situación del 'exiliado' es perversa porque si, como parece probable, se indulta a los implicados en el 1-O en cuanto haya mínimas garantías de que nadie abandonará la vía negociadora para echarse al monte, el desplazado a Waterloo quedará descolgado, solo e irrelevante en su mansión. Junqueras, por su parte, quien ya está cerca de poder regresar a la política real, meditará probablemente cualquier paso que pueda situarlo de nuevo en la ilegalidad, lo que no sólo le devolvería a una posición comprometida sino que le proporcionaría la enemistad de Europa.
En consecuencia, Junqueras mantendrá probablemente una posición ambigua, de influencia en Madrid y de control en Cataluña, consciente como es de que no es cierto que el nacionalismo tenga asegurada la mayoría en un hipotético referéndum: los nacionalistas han conseguido sobrepasar esta vez el 50% por la brutal caída de la participación, que ha sido mayor entre los no nacionalistas que entre los nacionalistas, estos muy movilizados y beligerantes en cualquier circunstancia, incluso en plena pandemia.
Esto significa que para Junqueras tan importante es gestionar Cataluña -que lleva más de un lustro de verdadero abandono autonómico- como mantener con Madrid un diálogo productivo que le proporcione recursos y que le dé pie a intentar alguna reforma del sistema de organización territorial que aleje de nuevo el fantasma del referéndum de autodeterminación, al que España no puede acceder. Y quizá, para colmar este objetivo, Junqueras, ahora o a mitad de legislatura, se sienta más cómodo gobernando con Illa y con los comunes, en vez de tener que pactar con el visionario Puigdemont y con los duros compañeros de la CUP.
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