La experiencia se percibe a simple vista: cabellos teñidos de blanco y rostros esculpidos por el paso del tiempo. La veteranía, que bien puede entenderse como un privilegio, les situó sin embargo en la diana de la pandemia. El implacable virus se introdujo hasta ... en el último rincón de las residencias y se llevó por delante a 4.000 de nuestros mayores.

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El modelo residencial, hasta el fatídico mes de marzo, no supuso grandes quebraderos de cabeza, salvo por el hecho de que se regía por una normativa ya caduca del año 2001. Hoy toca actualizar el sistema y acomodarlo a una realidad que no debería omitir la voz de quienes cuidan a al colectivo más frágil de la población.

Al igual que se blindaron las residencias de ancianos, hoy hay que blindar a sus profesionales, garantizar equipos de protección suficiente y medicalizar los espacios de vida de los mayores sin convertirlos en hospitales, que no lo son. Hay una obligación moral de revertir los errores cometidos en los peores momentos de esta crisis sanitaria. Mantener las ratios actuales y las condiciones laborales de la plantilla sería una constatación de que no se ha aprendido nada de este revés. 60 usuarios bajo la supervisión nocturna de una única persona no hay cuerpo que lo aguante, como tampoco lo es que una enfermera atienda a 200 residentes. No tentemos a la suerte, que ya han sido bastante resistentes.

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