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Hace algún tiempo que descubrí a Boris Cyrulnik, un eminente neurólogo francés descendiente de padres judíos cuya infancia fue una terrible concatenación de hechos adversos y terribles que pudieron haberle conducido a la autodestrucción o a la muerte. Entregado por sus padres en una pensión, ... detenido por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, tutelado por la Asistencia Pública y detenido por la policía, evitó finalmente la deportación y trabajó de adolescente como mozo de granja con una identidad falsa para proteger su vida. Así las cosas, se entiende que quisiera estudiar psiquiatría y que dedicara buena parte de su vida a tratar a niños traumatizados.

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Cyrulnik, actualmente octogenario, es un superviviente que ha demostrado que un niño herido puede recuperarse y evitar ser un marginado. Él es todo un ejemplo de resistencia y tenacidad que recuerda mucho a Viktor Frankl y su historia personal recogida en el imprescindible libro 'El hombre en busca de sentido'. Entre la amplia obra del neurólogo galo destaca la creación de un término que ahora se ha puesto de moda: resiliencia. La definición de este concepto es la capacidad para adaptarse a las situaciones más adversas y obtener de ellas experiencias positivas. Se trata de algo fácil de enunciar, difícil de entender y casi imposible de llevar a cabo para personas que no tengan una acreditada e indestructible entereza de nacimiento.

Ser ahora resiliente es algo que se apela a los ciudadanos desde diferentes ámbitos, especialmente los políticos. Se nos pide resiliencia ante la pandemia, frente a la crisis económica y los destrozos sociales que causa, y también cuando cualquier circunstancia negativa se cruza en nuestras vidas sin que podamos evitarlo. Lamentablemente, un concepto tan atractivo para estudiar y practicar, es una muletilla que forma parte de la 'lengua de madera' de nuestros representantes políticos, ese neolenguaje con el que trata de venderse lo invendible y con el que se fabrican argumentos que, en muchas ocasiones, constituyen todo un insulto a la inteligencia.

Decía el maestro Manuel Alcántara que «sobreponerse es todo». No podía tener más razón. En la vida lo importante no es lo que te pasa, sino cómo te enfrentas a lo que te pasa. Saber asumir los problemas y resistir es una tarea tan ardua como necesaria para sobrevivir en momentos difíciles. Algunas personas lo traen de fabrica y otras necesitan un entrenamiento para no sucumbir ante los reveses que amenazan con hacer zozobrar el frágil barco de la cotidianidad. De los políticos podemos esperar poco. Ellos apelan a nuestra capacidad de aguante y alientan, cómo no, la banda sonora de 'Resistiré' para soportar un duro confinamiento y un rosario obsceno de muertes. Dicen resiliencia, como repiten, a todas horas, la palabra 'empatía'. Si algo se revela al mismo tiempo empático y resiliente es, sin duda, el no va más.

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Con ello elaboran argumentarios y construyen el 'relato', otro término que no se les cae de la boca. A veces dicen 'storytelling' para parecer más puestos, pero todo forma parte de la misma impostura, la que les hace recurrir a lo 'transversal' sin que nadie sea capaz de definir exactamente de qué se trata. El caso es epatar y usar un vocabulario supuestamente moderno en el que no puede faltar otra palabra de moda: 'empoderar'. Así que ya lo ven, todos resilientes, empáticos, empoderados y transversales. Las soluciones a los problemas pueden esperar, otra cosa es que nuestra resiliencia tenga un limite y lleguemos al momento en el que no aguantemos más metalenguajes por muy empáticos y transversales que sean.

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