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Twitter me ha recordado que llevo catorce años en Twitter. Antes, las cosas te las recordaba tu madre y ahora, te las recuerda Twitter. Karen Blixen tenía una granja en África y yo tenía alquilada una azotea de la Plaza de España de Cádiz, que ... en verano se parecía a tener piso en la caseta del socorrista y en invierno durante los temporales de Poniente, uno creía que estaba doblando el Cabo de Hornos. Aquello era humedad. Los calzoncillos tardaban seis días en secarse en la cuerda y temía uno abrir el armario de las legumbres y encontrarse un buzo de la Guardia Civil. En los lavaderos de las azoteas de Cádiz ensayaban las comparsas antiguas y por eso allí arriba se ha quedado una guasa y un tres por cuatro, el eco de una vieja serenata que diría el Noly, y una cosa que no se puede explicar, pero que hace que se te vaya el corazón por arribita.
En Cádiz, la primavera dura tres días y el otoño, cuatro, así que el invierno y el verano ocupaban las otras cincuenta semanas del año. En uno de esos tres días de primavera, llamó al teléfono Gonzalo Höhr a decir que en Cortadura estaba cayendo metro y medio de ola. Corrí por la terraza a por el traje de neopreno, salté por encima de la bombona de butano, resbalé y me rompí el dedo. Ahora me he acordado que de tanto aburrirme en la convalecencia, me abrí una cuenta en Twitter que entonces creíamos que serviría para que el mundo entero confrontara opiniones y que ha terminado por usarse para que hasta el mayor bruto pueda creer que tiene razón en la mayor estupidez. Hasta un 'chalao' diletante como yo mismo puede tener 30.000 seguidores, algunos de ellos amables seres humanos con los que uno traza curiosas relaciones de aprecio o de inquina y otros muchos robots a los que les terminas cogiendo cariño.
Decía que abrí Twitter para no aburrirme y llevo 14 años dejándolo. Casi todo lo bueno de la vida lo ha traído el aburrimiento, la falta de sustancia y el nada que hacer -me estoy acordando del primero que se comió una gamba de Huelva-, y no del tesón, la voluntad, la resistencia y en general las cosas con las que se inspira el que no tiene otra cosa para llevarse al alma. La matraca de perseguir los sueños de uno por encima de todo resulta agotadora y hasta dañina, pues por lo general el estúpido tiende a enrocarse y si alguno se hubiera dado por vencido antes, nos hubiéramos ahorrado algún disgusto.
El lema de dar la vida por algo ha forjado héroes y también monstruos deformes. Digo que yo no he dado la vida por nada. Al contrario, a mí la vida se me ha dado en proporciones descomunales y el verano me dura como poco desde aquel día en que resbalé en la azotea. De vivir se me ha quedado un escalofrío que me sube por el lomo y que cuando me da es como si me pasaran por la piel las yemas de los dedos fríos de la desdicha diciéndome que sigue ahí esperándome y que pronto llegará mi turno, pero aún no.
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