La banca continúa inmersa en un intenso proceso de reducción de plantillas con el que pretende abaratar sus costes en un escenario tan cambiante como adverso. La pandemia no ha hecho sino agudizar los negativos efectos en sus cuentas de resultados de unos tipos de ... interés bajo mínimos que rebajan de forma drástica sus márgenes, una persistente debilidad del negocio tradicional y una morosidad al alza. ruto de todo ello, las seis principales entidades del país sumaron el pasado año pérdidas por valor de 5.535 millones de euros, que hablan por sí solas de la situación del sector, tras blindarse con provisiones ante el riesgo cierto de una avalancha de impagos a corto plazo. El ERE que en este contexto prepara el BBVA para unos 3.000 empleados –el 10% de su personal en España– sigue la estela de los ajustes aplicados o anunciados en los últimos meses por otros grupos para adaptarse a las estrecheces del mercado. Esa regulación sustituye al recorte laboral que habría supuesto la fallida fusión con el Sabadell, que se plantea a su vez la salida de 2.000 trabajadores.
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La nueva crisis, que empuja al BCE a mantener el precio oficial del dinero en el 0% para impulsar el crecimiento, se añade a las amenazas que lastran la rentabilidad de la banca. Además, el virus ha acelerado su digitalización y la transformación del negocio. Las consecuencias de todo ello se traducen en el cierre masivo de sucursales y recortes de personal, una estrategia iniciada hace años e intensificada en las actuales circunstancias. Su implacable lógica económica no puede obviar la necesidad del sector de ofrecer una atención de calidad a los clientes. Incluidos los que, por razones de edad o falta de habilidades tecnológicas, son reacios al uso de los servicios digitales y optan por una relación presencial. Máxime cuando el brusco encarecimiento de las comisiones para compensar en parte la caída de los ingresos y unos tipos en el subsuelo han convertido el ahorro convencional en una práctica que, lejos de ser remunerada, conlleva un coste y que solo aporta ganancias en inversiones de riesgo que resulten rentables.
El repliegue de la banca, justificado ante su evolución y perspectivas de futuro, tiene consecuencias sociales que no debería desdeñar. Sobre todo en una actividad con una imagen dañada por comportamientos poco ejemplares y en la que es previsible una feroz competencia con la irrupción de gigantes tecnológicos.
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