La sanidad es una de las competencias íntegramente transferidas a las comunidades autónomas, de forma que el Ministerio de Sanidad permanece como un vestigio de lo que fue, disminuido y sin recursos, con simples funciones de coordinación y con la gestión de la sanidad en ... las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. De hecho, existe conciencia de que el Ministerio de Sanidad, actualmente bajo la vicepresidencia segunda de Pablo Iglesias que también abarca Consumo y la Agenda 2030, es un cascarón vacío, y prueba de ello es que Podemos no aceptó esta cartera en sus negociaciones con el PSOE, y finalmente cayó en manos de Salvador Illa, un perfecto desconocedor de la materia -licenciado en Filosofía, máster en Economía y Dirección de Empresas- que representaba sin embargo la cuota del PSC en el Gobierno central. Nadie podía adivinar, cuando se produjo este nombramiento en enero pasado, que Illa, proveniente de la política municipal catalana y secretario de Organización del PSC con Iceta, se convertiría en el protagonista de la gran pandemia.
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El primer síntoma de que existía una grave descoordinación entre las 17 'sanidades' que iban por libre fue la imposibilidad de comparar estadísticas cuando se produjo el estallido de la covid-19. Cada administración tenía procedimientos propios, lo que ha impedido la homogeneidad necesaria para mantener una visión global del desarrollo de la enfermedad, contagiados, internados en UVI, fallecidos.
La descoordinación se hizo asimismo patente al intentar los distintos actores hacer acopio de material sanitario. Era grave que la institución «federal», el Ministerio de Sanidad, no dispusiera en reserva de los elementos básicos de protección de sanitarios y de otro material de primeros auxilios para el caso de una pandemia excepcional. Pero lo era todavía más que en la raquítica estructura ministerial no existiera un potente departamento de compras capaz de abastecer rápidamente a la sanidad española de todo lo necesario para resolver una emergencia. Después nos hemos enterado de que en todo el mundo había carencia de mascarillas y de material sanitario; de que China ha creado silenciosamente un monopolio que alcanza además a buena parte de la industria farmacéutica. En España no se produce ni un gramo de paracetamol y en China se fabrica el 80% de los antibióticos que se consumen en el mundo. Quizá, por prudencia, la comunidad internacional (y no solo el Ministerio de Sanidad español) haya de reorganizarse en este sentido.
Por último, la descoordinación se ha puesto de manifiesto por el nulo trasvase de enfermos graves desde comunidades sobrecargadas a otras con plazas disponibles. Los escasos ejemplos que pueden citarse de traslados exitosos son anecdóticos.
Es claro, en fin, que hay que dotar convenientemente al Ministerio de Sanidad para que pueda desempeñar con eficacia tareas de coordinación. Hay quien propone la creación de una Agencia Nacional de Salud Pública con capacidad ejecutiva, del destilo de la eficiente Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición.
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La Ley General de Salud Pública, del 4 de octubre de 2011, semanas antes de la salida del Gobierno de Zapatero, contempla en su art. 47 la creación de un Centro Estatal de Salud Pública, con funciones de asesoramiento, coordinación, evaluación, etc. Sin embargo, el Gobierno siguiente, presidido por Rajoy, no se tomó interés alguno en desarrollar tal institución, que debía haberse ocupado de llenar el vacío que el coronavirus se ha encontrado.
Es cierto, y así hay que reconocerlo, que las 17 organizaciones sanitarias de las distintas autonomías han sabido reaccionar con eficacia al golpe del coronavirus, han sorteado con habilidad los momentos de congestión y, en líneas generales, han sabido contener la epidemia. Pero ha faltado el elemento federal, el engrudo que hubiera facilitado las cosas, que hubiese permitido un mejor reparto de las cargas -y por lo tanto un mejor servicio al ciudadano-, una gestión más eficaz de los recursos.
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Se sabe que el coronavirus puede volver, con unos efectos aún más catastróficos. Haríamos bien poniéndonos en marcha para remediar las carencias de forma que una hipotética recidiva nos encuentre con mejor disposición para el combate.
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