La dimisión de Manuel Castells como ministro de Universidades y su sustitución por Joan Subirats no podría considerarse otra crisis en el Gobierno Sánchez si nos atuviésemos a su perfil ideológico y a su trayectoria académica e institucional a la hora de hacerse cargo de ... la cartera. Si acaso se trataría de un relevo obligado por motivos de salud, que rejuvenecería al titular del ministerio en algo menos de nueve años. Aunque el tránsito de Castells a Subirats introduce dos factores de cambio cuya magnitud y efectos podrán evaluarse antes del verano. El primero se refiere al reequilibrio que potencialmente representaría Subirats en la relación entre los socios del Gobierno, el PSOE y Unidas Podemos.
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No hay constancia pública de que la participación de Manuel Castells en las deliberaciones del Consejo de Ministros, al margen de su obligada reserva por mandato legal, fuese determinante ni dentro ni fuera de sus reuniones. La incorporación de Joan Subirats permitiría afianzar tanto la posición política de los morados como, especialmente, la de Yolanda Díaz como referencia de futuro. Aunque para ello el nuevo ministro de Universidades tendría que culminar o corregir la iniciativa legislativa de su antecesor.
Solo el cumplimiento de sus obligaciones ministeriales por encima de la ejecutoria de Castells podría concederle autoridad para actuar como consejero áulico de una alternativa a la izquierda del socialismo de Sánchez, partiendo del soberanismo no independentista en el que se inscribió junto a Ada Colau ante el 1 de octubre de 2017. Se da además la circunstancia de que el nuevo ministro dejó la tenencia de alcaldía de Barcelona en julio, coincidiendo con su retiro profesional. De manera que solo una proyección notable e incontrovertible de las opiniones e ideas del catedrático Subirats, concretándose además sobre los asuntos del momento, tras responder con solvencia a los desafíos de la enseñanza y la investigación universitarias, reequilibraría la balanza entre PSOE y Unidas Podemos a favor de Díaz.
Lo más probable es que todo quede más o menos como está. Basta con recordar los términos en los que Pedro Sánchez presentó también en julio la drástica y sorpresiva remodelación de la parte socialista de su gobierno. Es probable que el presidente se haya sentido mejor, pero no se aprecia valor añadido alguno en la gobernación del país. Es probable que la vicepresidenta Díaz se sienta ahora más acompañada, pero nada cambia por ahora.
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