Confieso sin ningún pudor que no me llevo bien con los transportes de dos ruedas, de los que tengo pocos recuerdos y casi ninguno bueno. Para empezar, mi primer vehículo propio de estas características fue una bici Orbea con la que iba a currar seis ... días a la semana, y de la que me caí varias veces arrastrando el culo por la calzada. La experiencia personal con las motos fue siempre como paquete y se resume en poquísimas escenas: caída con raspón de codo y un viaje en Bultaco de trescientos kilómetros de ida y vuelta en el día, del que sigo agotado medio siglo después.
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Por eso admiro a todos los aventureros que vienen a Pucela en pleno invierno montados en máquinas que deben costar un pastón y que dan alegría a la ciudad. Esos pingüinos que llenan bares y restaurantes; que ocupan plazas hoteleras prácticamente vacías durante todo enero; que dejan sentir sus rugidos por todas partes y que, según me han dicho mis sobrinos, crean un ambiente de camaradería poco frecuente en una sociedad tan individualista como la nuestra.
Así que, Pingüinos del Alma Mía, no os imitaré nunca (y menos a esta edad), pero agradezco que vengáis. No puedo garantizaros que el tiempo os permita desfilar en camiseta pero ya sabéis cómo son las cosas en Pucela en pleno invierno. Hijos: que no os engañe el solecillo de hoy y abrigaros, porque en la capital hay relente y en el Pinar una rasca que pela el cutis.
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