Gregorio Samsa, el memorable personaje de 'La metamorfosis' se transformó de la noche a la mañana en una repugnante cucaracha gigante. Una kafkiana metáfora que ilustra lo que hay de monstruoso en el ser humano.
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Ahora, más que lo grotesco, predomina lo parasitario, así que ... Gregorio hoy podría amanecer convertido en un curtido sindicalista. Como los compañeros del metal, la pulga, famosa ya desde los tiempos en que la Chelito se la buscaba entre el quítate y no enredes, gusta del picoteo, el alterne y la adhesión inquebrantable a la casta que le sirve de sustento.
Salvo excepciones, el perfil del dirigente sindical responde a un tipo que no ha dado palo al agua en su vida, con más trienios en el sindicato que en el tajo y que se ha hecho un hueco en el gremio a fuerza de rodearse de acólitos que le votan a la búlgara, para mantener la cadena de montaje sindical.
Y mientras la gente las está pasando canutas para llegar a fin de mes, el sindicalista, lejos de poner el grito en el cielo y montar la de San Quintín para que en este atrofiado Gobierno se palpe el descontento, parece perseguir el ideal aristotélico. Aquel que preconiza que la meta última es la vida contemplativa, el utópico reino de la vagancia.
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A fin de cuentas, no quieren incomodar a sus camaradas en el poder. Ya no ambicionan el estado del bienestar para los parias de la tierra sino el bienestar del Estado para ellos. Subvenciones, cursos, chanchullos… Así que cuando convocan, no acuden ni los liberados.
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