![Coronavirus: Regreso al purgatorio](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202004/25/media/cortadas/aganzo-kClB-U1001052882994cRB-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Aquejado de neumonía, Julio Lumbreras ingresó en una UCI a finales de febrero. 57 días después, cuando volvió a la realidad, supo que quien le había llevado hasta allí fue el coronavirus. Que de repente su infierno personal se había convertido en un purgatorio ... colectivo. Y que sin haber vivido la escalada ahora tendría que poner sus cinco sentidos en la desescalada. Algo que desde ayer, con la cifra más baja de fallecidos desde que comenzó la pesadilla, ocupa por completo el corazón de gobernantes y gobernados. Tal vez sin ser demasiado conscientes de que en la cuesta abajo se corre el mismo peligro de despeñarse que en la cuesta arriba. Si no más.
Y digo purgatorio porque sin duda algo debemos estar purgando. «Cualquier día nos sorprenderá una peste que afecte al género humano, y que acabe con quienes estamos en el extremo de esta cadena ecológica», decía Miguel Delibes en los años ochenta. Llegó la peste, y otra de las que ayer tampoco terminaba de creérselo era Nuria, la cooperante española de la isla filipina de Bayaca. Ella ha dejado también otro infierno, el del tercer mundo, para regresar al purgatorio del primero. Mejor aquí, en todo caso, que en un estado donde la ley marcial permite a la policía disparar antes de preguntar.
Cualquiera de los dos, si quieren comunicarse con sus familiares o sus vecinos estos días tendrán que tener a mano un manual de la nueva jerga del purgatorio. Confinamientos, ertes, doblegar de curvas, desescaladas asimétricas… Eso que Pedro Sánchez, en su permanente estado de arenga, ha dado en bautizar como «nueva normalidad». Una anormalidad normalizada que se inculca cada día a millones de españoles en pijama con muy pocas y muy escogidas consignas. Llámese patria y patriotismo, según el nuevo libro de estilo dictado por Pablo Iglesias. Llámese enemigo invisible o moral de victoria. Llámese también nuevos Pactos de la Moncloa para España o nuevo Plan Marshall para Europa. Olvidando que, por mucho que pudieran parecerse, Franco y la Covid-19 son cosas diferentes. Ignorando que ni Marshall ni el tío Sam están en estos momentos como para repartir leche en polvo por Europa, con 29 millones de personas inscritas en mes y medio en las oficinas de empleo de los Estados Unidos de América. ¿Quién es el genio que provee de etiquetas al Presidente?
El infierno, dice Max Estrella a su amigo don Gay, es «un calderón de aceite albando donde los pecadores se achicharran como boquerones». Para los que piensan que lo que viene detrás del purgatorio es el infierno, por lo menos ya tienen candidato a Pedro Botero. A la hora de encarnar el mal absoluto, Hannibal Lecter parece un cordero a su lado. Se llama Donald Trump, y en vez de con calderas y tridentes viene con inyecciones desinfectantes para los pulmones de los contaminados. Y por no coger ya ni le coge el teléfono a su émulo el contagiado Boris Johnson, no vaya a ser que le diga que a lo mejor no tiene razón en algo. Y los bares sin abrir. Y los niños con bozal. Y las playas sin más parejas que las de la guardia civil haciendo ronda. Razón tienen Sartre y Donald Trump: el infierno son los otros.
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