El expresidente de Francia, François Hollande. Salvatores di Nolfi-EFE

Regresa la socialdemocracia

«En el caso español, los esfuerzos han de dirigirse a la formación, a la descarbonización y la digitalización»

Antonio Papell

Valladolid

Miércoles, 20 de octubre 2021, 07:15

Occidente ha realizado un viraje espectacular hacia la socialdemocracia, que en muchos casos, como en España y en los Países Bajos, se ha impuesto en sus respectivos países por la corrupción económica de su alternativa conservadora. Con la excepción de algunos países del Grupo de ... Visegrado, donde la reacción neoliberal hace estragos en el decoro y en las libertades de los recién rescatados del totalitarismo comunista, el cambio progresista es un hecho, y, a modo de curiosidad reveladora, es digno de constatarse que desde hace 62 años, los cinco países nórdicos -Suecia, Noruega, Finlandia, Islandia y Dinamarca- no se habían dotado al mismo tiempo de gobiernos de centroizquierda.

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Este resurgimiento de la izquierda en Occidente -a pesar de las vacilaciones inesperadas de Joe Biden, cuya incapacidad está poniendo en riesgo la circunstancial hegemonía de los demócratas en USA- está relacionado probablemente con las crisis globales que hemos padecido en este siglo. La primera de ellas, que en España fue doble y duró entre 2008 y 2014, se debió a la falta de escrúpulos del sistema financiero global, descontrolado a causa de las políticas neoliberales de Thatcher y Reagan, llevadas al paroxismo y al exceso por sus continuadores.

Por añadidura, ante la desorientación de Alemania que cedió a las presiones, el consenso económico marcó pautas de trasnochada ortodoxia monetarista, la célebre austeridad, que levaron a varios países al rescate con grave coste para sus sociedades respectivas. Las pensiones de los griegos terminaron saldando las hipotecas basura que habían hundido el sistema en los Estados Unidos. Y Zapatero, conminado primero por el G-20 a practicar políticas expansivas y acto seguido a realizar el más gigantesco ajuste de la historia, fue una víctima clarísima de la incompetencia neoliberal, que dejó muertos y heridos en el proceso de recuperación, que en España destruyó a la clase media, elevó por encima del 20% la tasa de personas en riesgo de pobreza severa, provocó un enfrentamiento entre el sistema político y la ciudadanía y originó, en fin, una desigualdad de la que todavía no nos hemos repuesto. François Hollande fue también víctima de aquel caos, en que solo los radicales herederos de Friedman y formados en las teorías de la Escuela de Chicago se sintieron cómodos.

La segunda crisis, la de la covid-19, se orientó en cambio de forma diametralmente opuesta. Quizá porque las causas del problema eran espontáneas e imprevisibles, lo primero que hizo la Unión Europea, ante la sorpresa general -alguna vez habrá que examinar la falta de vínculo entre los órganos decisorios de la UE y los Estados Nacionales-, fue suspender atinadamente el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que obligaba a los países a someterse a una rígida estabilidad presupuestaria. Semejante medida, unida a las actuaciones expansivas de los bancos centrales (los países frugales no tuvieron más remedio que callarse ante la intensidad de la epidemia), permitió tomar precauciones para impedir la destrucción de empleo a causa del confinamiento -medidas como los ERTE, que hicieron posible la congelación de muchas empresas sin que sus trabajadores quedaran condenados a la indigencia-, y poco después Bruselas arbitraba la aplicación de 750.000 millones de euros, en gran medida a fondo perdido, a un plan de recuperación y resiliencia que, a la manera keynesiana, nos permitiría recuperar los indicadores prepandemia, a la vez que garantizaba una modernización general del sistema económico de todos los países miembros.

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En ese punto estamos, con una sociedad que espera con mirada anhelante el despegue de nuestras economías auxiliadas por abundantes recursos y dispuestas a que el dinero público cebe la bomba de la inversión privada con un efecto multiplicador que ha de producir la modernización global. En el caso español, los esfuerzos han de dirigirse a la formación, a la descarbonización y la digitalización, objetivos que no tendrían sentido si previamente no hubiéramos reforzado los grandes servicios públicos para redimir a las capas sociales menos favorecidas, reconstruir la clase media y restaurar la desvencijada igualdad de oportunidades. Por suerte, la socialdemocracia ve ahora reconocidos sus postulados: la redistribución, la red inferior que impida a los ciudadanos descender más allá de determinado umbral de renta y bienestar, son factores de productividad y no al contrario. En esta dirección debemos avanzar.

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