Hace un par días, acompañando al periodista Juan Cruz, visité el campamento de refugiados afganos en la Base Naval de Rota. Tras pasar un control muy cinematográfico (soldados norteamericanos bajo un toldo de camuflaje, con su intimidante equipamiento de asalto al completo), entras en un ... poblado de emergencia que cubre las necesidades básicas de aquella muchedumbre de desposeídos, que han llegado con lo puesto. Ante el anuncio de su venida, unos vecinos del pueblo se apresuraron a promover donaciones de enseres de utilidad para unos extranjeros a los que nunca verían, pues su condición de personas en tránsito internacional les privaba de salir del recinto dispuesto para su estancia, a la espera de asignarles un destino en EE UU. A los pocos días, la campaña se invirtió: pidieron el cese de las donaciones, pues las previsiones de generosidad se vieron desbordadas.

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Emocionaba ver a los niños jugar por allí, despreocupados y sonrientes, y a los adultos saludarte con una leve inclinación de cabeza y con la mano en el lugar del corazón, aunque con una mirada de fondo triste, como la de alguien que acaba de salir del infierno y aún no ha logrado desprendérselo de los ojos, ya que la imagen de los infiernos suele ser persistente, y en ocasiones imborrable. Emocionaba ver al personal sanitario militar atender con mimo y diligencia a los indispuestos, en especial a esos bebés que algún día oirán por boca de sus mayores los detalles de esta aventura forzosa, ascendida ya para entonces al rango de leyenda familiar. Emocionaba oír a unos adolescentes escribir en el aire su carta a los Reyes Magos del futuro: el que quiere ser médico, el que anhela ser político…

Al margen de otras consideraciones, prevalece la sensación conmovedora de que a veces somos capaces de vencer al horror, aunque en nuestro mundo el horror sea una fábrica que jamás detiene su actividad. Ver un destacamento militar volcado en labores humanitarias te lleva a una reflexión sin duda muy simplona, impropia de un adulto resabiado: si el género humano invirtiese su talento en asentar el concepto plural de 'civilización' frente a los envites cíclicos de la barbarie, incluidos los endógenos, tendríamos un mundo muy diferente al que padecemos, en el que a veces las naciones civilizadas se degradan también al ejercicio de la barbarie en nombre precisamente de la civilización.

¿Insuficiente esto? Sí. Pero lo poco puede ser mucho, sobre todo cuando la alternativa es menos que nada. Ahora se abren nuevas interrogantes para estos transterrados, porque el destino es siempre una incógnita. Y la novela prosigue.

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