Las reformas mejor con consenso. Y aunque el presidente agita la pancarta, no cuenta con el consenso, ni con la mayoría, ni con los barones, ni con Felipe… Total, que en esta España de los millones de votos y los millones de pobres, tremolamos al ... levantarnos, porque no sabemos qué nos vamos a encontrar. De momento, la nueva ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, de lo mejorcito de este nuevo Gobierno de coalición, se ha estrenado con una conquista social: ha conseguido una subida del salario mínimo interprofesional, hasta alcanzar los 950 euros.
Ahora le toca al Código Penal, que dice Sánchez que tiene que revisar los delitos de sedición y rebelión, qué coincidencia, cuando el Tribunal Supremo le ha retirado su acta de diputado a Torra y el (molt) honorable 'president' dice que «verdes las han segado». Así que los servicios jurídicos de la Generalitat andan elaborando sus informes. La rebaja de la pena por sedición supondría una revisión de la sentencia de los independentistas enchironados y el adelanto de su salida de prisión. Dice Sánchez que no hay que judicializar la vida política, pero el discurso del Ejecutivo –los papeles de Iván Redondo– está empantanado de delitos, ilegalidades y tipificaciones. Así que hasta a los delitos les llega su descuento de enero, como a unos calzoncillos o a una corbata cualquiera. Con tanta rebaja de la tropa del tsunami democràtic, el país se nos va a descamisar.
Son estos los deberes que le ha encargado al ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, que dice que esto de los sediciosos es cosa decimonónica, «cuando se atacaba con tanques» –ha dicho el ministro–, cuando fueron los ingleses los que crearon el primer prototipo de 'buque de tierra' en 1915, en medio de la refriega de la Gran Guerra. Empezamos bien. Todo sea por la mesa de diálogo, para que no soplen los vientos fuertes del ladrillazo en las calles de Barcelona y el gentío separatista tome posesión de las consejerías y las maripuris no tengan que descolgarse de una sábana por el patio. No vaya a ser que le abran la cabeza con unos cuadernos para el diálogo. Al final, toda conversación empieza –o acaba– con una brecha mental en los prejuicios de uno. Porque si en Cataluña los 'procesistas' asaltan las sedes de la Administración y los cuarteles de la Guardia Civil, la 'democracia' que entienden estos señores resulta que es más tornado que otra cosa.
«Mire, yo creo que hay que ir paso a paso», le contestó el presidente el pasado lunes a Franganillo en la tele nacional a propósito de las reformas del código penal, pues «no se corresponde con la época que le ha tocado vivir a España». Afortunadamente, algún juez sensato en el Tribunal Supremo ya ha dicho que hay que remozar el código herrumbrado, pero para endurecer el delito de rebelión, visto lo visto. Barcelona aparecerá de colgaduras amarillas, con la política como religión y sus mártires del 'procés' como sus santos profetas: ay, ese viejo y monocorde 'pujolismo'.
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