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Podríamos aprender de una Italia que, sometida a presión dentro del caos, es capaz de alumbrar un Gobierno mejor que el que tenía, o de Portugal, ayer intervenido y hoy país de moda en EuropaSecciones
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Podríamos aprender de una Italia que, sometida a presión dentro del caos, es capaz de alumbrar un Gobierno mejor que el que tenía, o de Portugal, ayer intervenido y hoy país de moda en EuropaEste país tiene una capacidad de resistencia que va mucho más allá de lo que un día imaginó Boris Cyrulnik para elaborar su exitoso concepto de resiliencia. Para resilientes, nosotros, los ciudadanos, que nos vemos abocados a votar en unas elecciones generales por cuarta vez ... en cuatro años, un colectivo que ya no se sorprende de nada y cuyo empuje da cuerda cada mañana a la maquinaria que hace funcionar la sociedad. Hombres y mujeres que soportan jornada tras jornada, con un estoicismo a prueba de bombas, el insufrible relato de una clase política ensimismada que permanece encerrada con el único juguete de sus egos revueltos demostrando una incapacidad cum laude para aportar soluciones al debate común. Y, sin embargo, España se mueve, las cosas continuan su curso y la vida de las personas se desarrolla con absoluta normalidad al margen de las contingencias que relatan los telediarios. Aquí nunca pasa nada y si pasa se le saluda. No hay otra.
De lo que estamos persuadidos, por la propia fuerza de los hechos, es de que el único principio presente en nuestro devenir cotidiano es el principio de incertidumbre, formulado como relación de indeterminación por el físico y filósofo alemán Werner Heisenberg, en 1927. Se trata de un hábitat que conocemos bien y en el que hemos sido capaces de movernos con una eficacia contrastada. Faltos de referentes admirables y necesitados de una ejemplaridad pública que parece brillar por su ausencia, vamos 'resolviendo', como dicen los cubanos, ante el vacío de liderazgo que nos circunda. Las fabricas, las escuelas, los hospitales, las oficinas... todo sigue su ritmo, improvisando sobre la marcha a falta de horizontes nítidos plasmados en eso que los más cursis denominan 'hoja de ruta'. Las situaciones, por muy desesperadas que se presenten, siempre son susceptibles de empeorar, y si en 2016 el 'no es no' llevó al país a elecciones, mientras pensábamos que aquello era excepcional, ahora, con la perspectiva del 10 de noviembre en el horizonte, ya sabemos que la historia tiende a repetirse siempre como tragedia o como farsa. En realidad, nos encontramos en medio de una tragicomedia, moviéndonos entre Arniches y Valle Inclán, unos días escorados al sainete, y otros, directamente, al esperpento.
Ahora es el tiempo de los arúspices electorales, que tratan de atisbar en las entrañas de sus aves la composición del nuevo Congreso de los Diputados. Parece obvio que el viejo bipartidismo sacará tajada de este nueva convocatoria y que PSOE y PP ocuparán más escaños en la Cámara, pero, hasta el momento, ningún nigromante, ante el cadáver de una legislatura que no ha llegado a serlo, se revela capaz de asegurar si con el previsible trasvase de votos de las formaciones de la nueva política al modelo clásico, será posible una investidura rápida o el reparto de bloques nos llevará a otra negociación imposible.
No sabemos lo que va a ocurrir, aunque nos permitamos suponerlo, ni tampoco apostaríamos sobre seguro a un desenlace que instale, de una vez, la normalidad en nuestra vida institucional. Podríamos aprender de una Italia que, sometida a presión dentro del caos, es capaz de alumbrar un Gobierno mejor que el que tenía, o de Portugal, ayer intervenido y hoy país de moda en Europa. También podríamos, y deberíamos, extraer enseñanza de los reiterados errores cometidos. En fin, cualquier cosa que sirva para dibujar un futuro común con alguna garantía de estabilidad, porque existen hitos en el horizonte: la sentencia contra el independentismo catalán, el 'brexit' y una posible recesión económica, que anuncian turbulencias no precisamente suaves.
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