Aunque ahora no se hable de otra cosa, hubo un tiempo en que escribir sobre fútbol era considerado poco menos que una frivolidad intelectual. Deslizar la pluma por los terrenos de juego era tildado de irracional y a quien osaba hacerlo se le colgaba el ... sambenito de escritor menor. El fútbol era el opio del pueblo, una pasión vulgar, adormidera de domingos de quiniela y transistor de carrusel deportivo.
Publicidad
Pocos desafiaban el peligro. Miguel Delibes, a quien esto de que se le considerara un intelectual le traía sin cuidado fue uno de ellos. Seguramente su pasión por el fútbol tuvo que ver con esa admiración nacida en los patios de la memoria y en los descampados de la infancia, la verdadera patria, según Rilke. Un territorio de canicas y pelotas de goma que reconquistaba en sus novelas a través de personajes tan entrañables como Daniel, el mochuelo, o el Nini de 'Las ratas'.
Y es que el fútbol es algo más que un deporte. En el césped se prolongan rivalidades y rencillas que antaño se saldaban en el campo de batalla. Añoranzas que ya forman parte de nuestra herencia genética. Recitábamos de corrido las alineaciones de los equipos con más acierto que la dinastía de los Austrias y aún conservamos como oro en paño los manoseados cromos de jugadores entre el recuerdo de carteras, balones hechos de retales y jerséis parcheados de coderas que utilizábamos como postes de imaginarias porterías. Ay, ¡Cuán presto se va el placer!
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.