Mucho antes de que nos azotara la pandemia, la Sanidad pública ya estaba seriamente dañada por los recortes perpetrados por los señores políticos. Desde los ambulatorios rurales y urbanos a los grandes hospitales, el sistema hacía aguas, y solamente el sacrificio de los profesionales ... y la paciencia de los usuarios evitaron el colapso total. Resultaría elocuente saber cuánto dinero destinado a esa prestación tan básica se ha ido a otras partidas, y quiénes se han beneficiado de ello.

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Ahora que las aguas vuelven a su cauce, los hay que se preguntan cuándo reabrirán los centros rurales, cuyo cierre es una cabronada que dificulta la vida en el pueblo. Y, ya puestos, también en la ciudad, donde la falta de inversiones en personal y aparataje ha dejado un panorama desolador. Sería de agradecer que algún gestor político contara a sus votantes cómo piensan resolver las listas de espera de especialidades que ya eran largas antes de empezar y ahora son kilométricas. Si quieren asustarse, les dejo un dato real: en un servicio no demasiado frecuentado, ese inventario supera hoy, viernes 12 de junio, las 10.000 consultas pendientes.

El ejemplo dado por nuestros sanitarios debería bastar para que parlamentos y gobiernos apostaran por la calidad de lo público. Malditos sean si no lo hacen.

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