Franco ha salido de la tumba. Pero no ha resucitado. De hecho, está más muerto que nunca. Incluso los que más lo reivindican explícitamente certifican con su modesta realidad en el tablero democrático, amén de su aceptación básica de las reglas del juego, que el ... aliento del dictador, aunque aún no extinguido, ya no es capaz de dar fuelle a la reacción.
Franco no ganó la guerra contra el progreso y la libertad en España. Ganó una batalla. Una batalla señalada, como señalada, con todos sus fracasos y errores, fue la aportación en términos de libertad y progreso de la Segunda República. Venció a esta, pero no convenció a muchos dentro (y mucho menos fuera), y los valores republicanos, con la democracia, han acabado imponiéndose. Franco, recién ganada la batalla contra la República, empezó ya a perder la guerra, lo mismo que la República, recién entablada la batalla, empezó ya a perderla.
En el caso de La República, la decepción con lo esperado se manifestó ya pronto entre «los mejores» y alcanzó visibilidad en conocidas manifestaciones de Ortega («No era esto»), Unamuno y, más tarde, del propio Azaña. Y no hace falta enfatizar la desunión, las disensiones y la consiguiente desorganización en las filas republicanas durante la contienda. Por contra, Franco forzó la unión, 'manu militari', en su campo, y el fervor nacionalista y el miedo a la revolución, en España y en Europa, así como el auxilio de las potencias fascistas del momento le facilitaron la tarea. Pero pronto, incluso antes de la victoria, entre «los mejores» (otra vez Unamuno) y después, en sus filas, también apareció el «¡No era esto!» (Dionisio Ridruejo y otros). Y, con la Segunda Guerra Mundial, como si de un clásico ejemplo de esa hegeliana «astucia de la razón» se tratase, las otrora acosadas democracias salieron más reforzadas que nunca y el «espíritu del tiempo», temporalmente desorientado, cambió de bando para ponerse al paso de la gran marcha hacia la libertad y la democracia iniciada en Occidente en el s. XVIII con la Ilustración europea. Sin embargo, la victoria de Franco supuso que España fuese el último gran bastión del atraso y la reacción en Occidente. Duró 40 años, pero la suerte estaba echada.
El proceso de maduración económica fue largo y penoso. Se tiende a enfatizar los logros económicos de los años 60, base de sustentación de una clase media imprescindible para vertebrar la democracia, y se olvida decir que solo a mediados de los cincuenta se alcanzó el PIB de la República. Veinte años terribles.
Pero el proceso de maduración social siguió su curso. Enfaticemos lo que nos une. Detrás de muchos padres arrepentidos y/o deseosos de evitar a toda costa un nuevo conflicto apareció una nueva generación de jóvenes rebeldes, en gran parte hijos de los vencedores, dispuestos a sacar a España del atraso y la opresión. Algunos de ellos incluso hijos de otrora próceres franquistas. Para muestra, dos casos: en mis años de estudiante en Madrid conocí a un hijo de Manuel Hedilla, el primer jefe de Falange Española después de J. A. Primo de Rivera. Comunista. Y en mis años de estudiante en Alemania, conocí a un hijo de Antonio Tovar, falangista e intérprete de Franco en el encuentro de este con Hitler en Hendaya. Comunista. Pero que la anécdota no desdibuje la dimensión de la realidad: si buena parte de la generación de los hijos de los vencedores ya habían adoptado los valores de los vencidos, de los nietos no hace falta hablar.
Item más. Conviene resaltar que en la retaguardia no había sólo crímenes y desmanes, también había auténticos partidarios de uno y otro bando que salieron al auxilio humanitario de partidarios del bando contrario. Y, sobre todo, seguía habiendo españoles que, como señalaba Azaña en su famoso discurso de «paz, piedad y perdón» en la Barcelona de 1938, seguían preocupados por España en su conjunto. Ni siquiera hay por qué suponer mala voluntad en el contrario. ¿No creían los ardorosos voluntarios del Requeté que luchaban por las esencias de la patria? ¿No seguían los idealistas de Falange el (seductor, pero falso) señuelo de una España que armonizara capital y trabajo, nación y justicia social? ¿No perseguían los anarquistas el ensueño de un hombre feliz, libre y soberano, una vez rotas las 'opresoras' cadenas del Estado? ¿No querían los socialistas, emancipando al trabajador, emancipar a la humanidad? Y los republicanos burgueses, ¿no querían democracia, convivencia y progreso? Todos ellos, a su manera, querían el bien de España. Mas la manera de todos fue la guerra. Ha llegado la hora de sellar definitivamente la paz y orientar el ímpetu del «belicoso íbero» (Aristóteles, 'Política') a trabajar, en unidad de acción, por el conjunto del país.
La Historia ha ido poniendo a cada uno en su sitio, y esa unidad de acción, dada la real diversidad de los españoles, solo es posible dentro del marco de tolerancia y libertad de los valores republicanos, es decir, dentro del Estado democrático liberal representativo que nos hemos dado. Solo en él cabe el esfuerzo común de las dos Españas por una España común. Y ya estamos ahí. Es también el marco que permitirá seguir conllevando el problema catalán (aunque ahora se nos antoje imposible) y dar digna sepultura a los españoles que aún siguen en las cunetas. Franco, finalmente, ya está donde le corresponde.
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