Más rebrote que rebote
Dados rodando ·
«Finalizado agosto, algunas zonas de nuestras ciudades parecen territorios fantasmas en los que la desolación se ha apoderado del entorno»Dados rodando ·
«Finalizado agosto, algunas zonas de nuestras ciudades parecen territorios fantasmas en los que la desolación se ha apoderado del entorno»Cuando nos dieron la libertad condicional después de largas semanas de confinamiento, las ciudades fueron una explosión de personas llenándolo todo. Tanto tiempo en casa pasaba factura y tras el miedo paralizante alimentado por la insoportable cifra de fallecidos por la covid-19, la gente ... tenía ganas de salir, acariciar un poco de diversión y celebrar la vida tan amenazada desde que comenzó la maldita pandemia. Las calles parecían una fiesta incesante y las terrazas de los restaurantes, que era el único territorio autorizado de socialización, se convirtieron en una fiesta en la que, al menos en Madrid, se despachó más champán que nunca. Había ganas de vivir y se notaba a cada paso.
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Con este espejismo hubo quien pensó que la situación económica revertiría rápidamente y que los niveles de consumo se estabilizarían tras el bache del confinamiento. Ocurrió, lo hemos visto, que más que un bache el país quedó sumido en un socavón del que le va a resultar muy difícil salir. Tras esa primera estampida ciudadana en busca de una parcela, siquiera mínima, de libertad, la situación económica ha provocado una retracción brutal del nivel de gasto y, en consecuencia, un dramático vaciado de tiendas, locales de restauración y toda aquella actividad no imprescindible. El ansía consumista del principio ha registrado una coda estival en los lugares playeros más concurridos, donde el turismo nacional ha llenado chiringuitos y bares para las comidas y las cenas durante todas las vacaciones. Finalizado agosto y la operación retorno, algunas zonas de nuestras ciudades parecen territorios fantasmas en los que la desolación se ha apoderado del entorno.
Con la gente teletrabajando o inmersa en un ERTE, cuando no en un ERE, hay establecimientos que languidecen con el temor añadido de ver como si la cosa no mejora tendrán que cerrar ante la insoportable situación derivada de atender los gastos de alquiler sin obtener más allá de unos magros ingresos que no permiten asegurar el futuro del negocio. La alimentación fuera de casa, el ocio, las tiendas de ropa, los hoteles y un largo rosario de actividades que funcionaban admirablemente bien antes del malhadado mes de marzo, sufren una crisis sin precedentes que compromete seriamente su propia viabilidad. Con la llegada del otoño comprobaremos qué ocurre con la devolución de los créditos ICO por parte de las empresas, con los expedientes de regulación temporal de empleo y con el resto de medidas que, a modo de parches salvíficos, se implementaron para evitar una catástrofe social sin precedentes en este país.
Las ayudas son imprescindibles, pero tienen un límite presupuestario que viene marcado por los gastos comprometidos y la supervisión de Bruselas. Con los presupuestos heredados de Cristóbal Montoro, la elaboración de unas nuevas cuentas públicas es el gran reto al que se enfrentan ahora nuestros gobernantes. El drama es que mucho más de la mitad del dinero ya está comprometido por partidas tan ineludibles como las pensiones, el desempleo y otras de carácter social. Las cuentas no cuadran y la deuda pública se incrementa sin cesar. Debemos tan por encima de nuestras posibilidades que varias generaciones tienen ya contraídas obligaciones económicas sin haber empezado a dar sus primeros pasos. Es lo que toca, y a ello tenemos que adaptarnos. Mientras tanto, cabe desear que al silencio ominoso de las zonas zombies de las ciudades le sustituya un bullicio que indique que vamos recuperando la habitualidad tan deseada. No se echa de menos nada hasta que se pierde, por eso ahora reparamos en todo lo que nos hemos dejado en este largo y tortuoso camino.
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