Los robos a los camiones de reparto de Amazon se han puesto de moda. Los cacos saben que en vísperas de Navidad estos van repletos de regalos escondidos entre abundante embalaje de cartón. En Oklahoma, uno de esos vehículos cargados como Papá Noel circulaba tranquilo ... cuando fue asaltado. Más de 800 regalos primorosamente escogidos desde la página del gran almacén del mundo no pudieron entregarse, aunque los delincuentes fueron generosos y dejaron únicamente los paquetes que contenían libros.

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La noticia no sería gran cosa a no ser que quisiéramos dejar clara la importancia y el papel de la cultura en el consumo, pero no es eso lo más interesante. Lo curioso es que Amazon nació como distribuidor de libros para convertirse posteriormente en el primer cliente de las editoriales, que, por cierto, tienen que pensarse lo de editar sus productos en tapa dura porque su cliente se queda con todo el cartón del mundo. El gigante que es hoy nació humilde, considerado y casi benefactor, para convertirse en un dragón de siete cabezas que ha destruido el pequeño comercio y se ha llevado por delante a no pocos empresarios.

Lo mismo sucede con las cadenas de ropa que en temporada de rebajas exhiben prendas para vestir a tres poblaciones mundiales. La mayor parte de los jóvenes eligen una manera de comprar inmediata y compulsiva que resulta paradójica. La comodidad que implica el consumo virtual y abundante está comprobado que es lo menos ecológico, verde, y barato que existe. Papel, cartón, plástico, embalajes varios y gasolina en abundancia es lo que se necesita para que nuestros productos lleguen a la puerta de nuestra casa. En principio, todo el disparate estaba justificado porque el tiempo es un bien escaso. Los jóvenes no tienen tiempo para ir de compras, pero la mayor parte de ellos invierten horas mirando los productos que se anuncian en la red.

Hasta hace muy poco yo era de las que decían que el mundo que dejábamos a nuestros hijos estaba hecho unos zorros, pero estoy cambiando de opinión. El reparto de culpa ha de ser equitativo. El 50% de la ropa que fabrican las cadenas de 'fast fashion' acaba en la basura en menos de un año, lo que supone 12,8 millones de toneladas de desperdicios que van a parar a vertederos de todo el mundo. Mucha de esta ropa, que no encuentra salida en otros mercados o como donativos a los desfavorecidos, acaba generando nuevas toneladas de CO2 al ser quemada. Y ya sabemos que la moda es una industria, y que el transporte también, pero quizás debiéramos reflexionar si este desalmado consumo apaga menos incendios de los que provoca.

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