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Los días ente Nochebuena y Reyes favorecen la ociosidad como ninguna fecha en el año. Este es un tiempo para aburrirse. Las niñas ya han comido todos los dulces, han visto todas las películas y han visitado el museo. Ya le han arrancado la cabeza ... a una campesina del Belén y han desmembrado una lavandera. Habito estos días de rutina ingrávida. Hasta he vuelto a ver la tele en la que se aparece Pedro Sánchez a hacer balance del año que hemos vivido con el tono optimista al que nos acostumbra. Es todos los personajes Disney de una sola vez y la Navidad le otorga el filtro definitivo a sus apariciones, una cosa tenue y pastel como cuando contaban que las estrellas de la revista se ponían una media sobre el objetivo de la cámara y uno las veía como en sueños.

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Hoy, el sueño de Sánchez consiste en que «la pandemia no ha sido un freno, sino un acelerador para el gran proceso de modernización que está viviendo España». Estamos mejor que nunca. El sanchismo es una acción política como de Kubrik, una sonrisa de payaso triste y una alegría que de tanto exaltarse se vuelve tenebrosa. Eso es el sanchismo: una razón para sonreír. O dos. Que dice Sánchez que la pandemia nos ha venido bien de alguna manera. Esto lo vimos claramente cuando se anunciaron los fondos europeos y a Sánchez lo recibieron en Moncloa en un pasillo de aplausos como si fuera un bateador de los Cubs de Chicago. En realidad, si Europa nos prestaba una montaña de pasta es porque estábamos instalados en la más absoluta ruina. Comer, no comeríamos, pero vaya cómo aplaudían.

Luego a esto le ponías un hilo musical como de James Rhodes al piano y no es ya solo que las cosas nos pasan por algo, es que nos han venido hasta bien. Que han muerto 100.000 personas del virus y otras muchas más del asco, pero ha sido una oportunidad para la resilencia, la modernización y otras cosas que terminan en -ión. Una ocasión para ser distintos. Detecto un inquietante interés en un nuevo mundo. A mí me gustaba el que había. Digo que siempre debemos alegrarnos por algo según el Gobierno pedrista por el que, si se nos cayera la cabeza al suelo, estaríamos ante una coyuntura favorable para que nos creciera otra con un careto más guapo. Si tuviera la cara de Sánchez, iba a estar aquí yo.

Los mejores augurios del presidente dan un miedo horroroso. Si saliera el presidente a decir que hemos derrotado al virus, tendríamos más razones que nunca para encerrarnos en casa y hacer acopio de papel de váter. Ahora que lo pienso, esto ya ha sucedido. En general, desconfío mucho de la gente que encuentra una razón para alegrarse en la peores de las desdichas. Siento un desprecio creciente por ese tipo de personas que va por la vida celebrando el infortunio porque les permite aprender una lección. Que el mundo puede convertirse en un lugar terrible cuando el destino de uno lo maneja la mano cruel de la fortuna ya lo sé yo sin tener que aplicarme en un caso práctico, sin necesidad de perder mi mujer, mis hijos, mi casa, mi trabajo o mi vida. Hay que escarmentar en cabeza ajena, y en eso estamos. Que no cuenten conmigo para celebrar al morirme que al fin he apreciado todo lo que me gustaba la vida.

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