Grabación de una boda tradicional china para difundirla en 'streaming' entre los invitados 'on line'. Xihao Jiang. Reuters

Tienen razón

En vez de arrepentirnos de nuestra decisión de meter nuestras narices en los asuntos de China una vez más, les echamos la culpa a ellos por la pandemia

Mick Benoit

Valladolid

Lunes, 4 de mayo 2020, 07:42

Circunstancias de la vida: de joven pasé un año currando en un supermercado chino en San Diego, California. Allí, en la cantina, aprendí a usar los palillos, comiendo arroz con tofu y escuchando los discursitos de la jefa, la Sra. Hom. «Nosotros, los chinos, ... nunca hemos querido invadir otros pueblos, pero los otros países del mundo siempre han querido meter sus narices en nuestros asuntos». Esa peculiar visión mundial no era únicamente de mi jefa sino me parece que es compartida por los 1.400 millones de sus compatriotas. Más de una vez, mis compañeros chinos me contaban que China había construido la Gran Muralla para mantener a los extranjeros fuera y no para atacarles. Y la verdad es que, si un territorio tan enorme como Siberia hubiese estado pegado a la frontera del Norte de un país europeo, como España o Inglaterra, lo habríamos conquistado ya hace siglos, plantando nuestras banderas en su tierra, matando a sus pocos habitantes con nuestras gripes, (todo en el nombre de Dios), y no habríamos construido 20 mil kilómetros de muro por si acaso hubiese unos bárbaros por allí con malas intenciones hacia nosotros.

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La pena es que, cuando por fin los bárbaros vinieron, entraron por el sur, por Hong Kong, que colonizaron con el fin de usarla como base para sus actividades económicas. Insistieron en obligar a los chinos a firmar un tratado de comercio al estilo del mercado libre europeo, dando a los británicos el permiso para vender opio (heroína) en el interior. Fue un negocio super exitoso, que enseguida tuvo hordas de clientes bien enganchados, que pasaban sus días drogados con los misioneros, que les enseñaban la historia de Cristo. Por supuesto, el gobierno de Pekín no quedo muy contento con la situación, y durante años luchó contra la presencia de occidentales, echándoles por fin con la llegada de Mao Tse Tung.

En tiempos más recientes, los europeos hemos decididos regresar a la gran civilización del Este, instalando nuestras fábricas en lugares como Wuhan, donde pagamos a sus trabajadores una décima parte de lo que ganarían sus homólogos europeos, incrementando así los beneficios de nuestras multinacionales. Un precio inesperado de nuestros nuevos contactos con los chinos es el coronavirus, pero, en vez de arrepentirnos de nuestra decisión de meter nuestras narices en los asuntos de China una vez más, les echamos la culpa a ellos por la pandemia. Desde el punto de vista de Pekín eso es muy injusto. Tienen toda la razón.

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