La historia circuló profusamente por el centro de la isla en los principios de siglo. La escena se abre con cuatro hombres jugando a las cartas en una tarde de calor agobiante. Uno no puede más y queda semidormido sobre un catre. Entra entonces ... un moscardón con su molesto zumbido, hasta que uno de los jugadores se levanta y acaba con él de una palmada. «¡Lo maté!», proclama satisfecho. El del catre sale del sueño por el ruido. Lanza una pregunta: «¿Y al hermano también?».
Publicidad
A pesar del maná llovido desde Venezuela se habían disipado todas las ilusiones de que la Revolución iba a aportar un nivel de vida satisfactorio. Cuando la URSS entró en crisis y se acabó el espejismo de la 'revolución subvencionada', dejada a sí misma, con el aditamento del embargo –que no bloqueo– norteamericano, Cuba se desplomó en la miseria del 'período especial'. «No hay nada, compañero», era la frase repetida en las tiendas de Estado, con las botellas vacías, pintadas de colores «para hacer bonito». Un mundo más dramático que el narrado por Padura.
Hubo que abandonar el comunismo de guerra, iniciar alguna apertura económica y surgieron corrientes que apuntaban al cambio desde el régimen. Especialistas como Rafael Rojas creyeron en ello. Ante el brote insurreccional del 'maleconazo' en 1994, parece que Raúl jugó un papel importante en ese sentido. Al mismo tiempo constituía la gran garantía de continuidad. La utopía fidelista se disipaba. En realidad, había quedado invalidada desde los años 60. Y ante la posible desaparición de Fidel, pasaba a primer plano la otra faceta de la Revolución, la resistencia a toda costa, sustentada idealmente en el nacionalismo y en la práctica de una represión permanente. «Cuba será un eterno Baraguá», evocando a Maceo. Para Fidel y Raúl, como para el padre de ambos al regir su hacienda de Birán, el bienestar de los gobernados no era prioritario en su agenda.
Raúl Castro dejó ver muy pronto sus valores políticos, que nunca abandonaría. Un viaje a la URSS en los años 50 le descubrió el paraíso: a partir de ahí conectó a Fidel con los servicios soviéticos e hizo todo lo posible por encarrilar la Revolución hacia el comunismo. Fueron obra suya la infiltración en las instituciones y el desgaste del Movimiento 26 de Julio, protagonista de la victoria. No es seguro que Fidel compartiera inicialmente esa visión de las cosas; en momentos importantes, el cambio constitucional de enero del 60 o la falsa renuncia como primer ministro para deponer a Urrutia, Fidel actúa al margen de Raúl. Pero el Movimiento 26 de Julio es plural, en buena medida anticomunista, y el 'pecé', en cambio, ofrece apoyo y represión seguros, sumándose pronto a ello la alianza con la URSS.
Publicidad
Desde sus primeras acciones, Raúl se mostró implacable y pragmático. Si la Revolución puso en práctica una radical eliminación de batistianos, Raúl dio ejemplo en Santiago 1960: confirmó en su puesto al jefe de la policía y tres días después le hizo fusilar, siguiéndole sus subordinados. «Paredón, paredón» fue su emblema, ejecutado –eso sí– discretamente. En caso de crisis de régimen, todo el mundo supo en Cuba a qué atenerse. 'Cusquito' o 'el Chino' no generaba fascinación como Fidel, sino miedo. Y era pragmático. Supo salvar el enfrentamiento de Fidel con los comunistas, y dar prioridad a la supervivencia del régimen sobre la utopía.
Es lo que suscitó expectativas cuando en 2006 Raúl sustituye a Fidel. Había declarado su admiración por China y Vietnam; y, como hizo notar Mesa Lago en 'Cuba: la era de Raúl Castro' (2012), puso en marcha reformas administrativas que a favor de la enorme ayuda de Chávez, superior a la soviética, agilizaron el funcionamiento del sistema: aperturas al sector privado y a los campesinos, a la inversión extranjera, reducción de la corrupción y la burocracia, recorte de pensiones y gastos sociales. En fechas recientes, una tímida tolerancia hizo posible que los cubanos usaran Internet, accedieran a los hoteles de turistas, pudiesen viajar al extranjero. Los viajes del Papa Francisco, dócil en todo, y la apertura de Obama hicieron el resto. Y la sucesión política intrarrégimen funcionó en 2018 con Díaz Canel.
Publicidad
Pero quedaba lo principal: desburocratizar, superar el rechazo a toda lógica capitalista, instaurar la tolerancia. El desastre llega entonces, anota siempre Mesa Lago en 'La crisis económica cubana' (2021), cuando se desploma el PIB un 8%, por un crecimiento de 12% en 2006, la producción industrial cae un 32% y las magnitudes económicas se sitúan por debajo del nivel de 1989.
Crisis económica en Venezuela, fin de la segunda 'revolución subvencionada'. Medidas restrictivas de Trump. Hundimiento del turismo por el covid. La 'tormenta perfecta' que acompaña la retirada política de Raúl en el VIII Congreso del Partido Comunista. Eterno Baraguá, eterno fracaso de una transformación revolucionaria que en los 60 sembró la ilusión en las izquierdas de todo el mundo. Su economía era entonces la segunda de Latinoamérica… detrás de Venezuela. Tenía razón el amigo del protagonista de 'Memorias del subdesarrollo', de Gutiérrez Alea, que en el año crucial de 1968 evocaba el poco saludable antecedente de la revolución en Haití.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.