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Antonio de Torre
Las raíces de Borondo

Las raíces de Borondo

El espectador se va deslizando por las salas del Esteban Vicente con la boca abierta, conmocionado

Ignacio Sanz

Valladolid

Sábado, 17 de abril 2021, 08:29

Hace diez años, en estas páginas, escribí un artículo sobre Borondo. Entonces no le conocía. No puedo decir que ahora le conozca, ya que se trata de un artista esquivo, gatuno, refractario a los halagos, acaso extremadamente tímido, pero al menos he conseguido ponerle cara. ... En aquel artículo hablaba de una serie de imágenes que el muchacho de veinte años, una especie de grafitero delicado, había dejado repartidas por la ciudad en los escaparates de comercios cerrados, en los bajos o en los altillos de las puertas. Eran imágenes efímeras de una delicadeza extrema hechas sobre cristaleras encaladas de blanco España raspadas en fresco con la uña o con un punzón. Otra obra que me impactó hace cuatro o cinco años fue un retrato clásico de familia de los años cincuenta, es decir, un retrato en blanco y negro, padres abuelos, hijos mirando fijamente a la cámara. Lo que impactaba de aquel retrato era el soporte, en este caso, una pared de pacas de paja que, una vez acabada la exposición, irían a parar al pesebre de los caballos. Es decir que su concepción del arte es efímera. De ahí que haya seguido ocupando hastiales y muros como soporte de sus obras. Es verdad que desde entonces se ha puesto el mundo por montera y ha dejado repartidos sus murales en Italia, Francia, Alemania o Estados Unidos, además de España. Pues bien, han pasado diez años y ahora aquel grafitero ocupa la totalidad de las salas del Museo Esteban Vicente, en una exposición titulada 'Hereditas', que el visitante contempla transido y conmocionado. Para entenderla en su dimensión trascendente conviene no perder de vista los textos del poeta José María Parreño, comisario de la exposición, en la que habla del sentido que ha ocupado lo sagrado en el mundo a lo largo del tiempo. Se trata de un homenaje al patrimonio natural concretado en las hierbas, las piedras y la carne. El último apartado lo dedica a la cultura inmaterial, la que no vemos, pero invocamos a través de ritos y se manifiesta en esculturas que representan a la divinidad o seres que viven a su alrededor, personajes con un halo misterioso.

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