Manifestación del Primero de Mayo en Valladolid. Rodrigo Jiménez
La Platería en llamas

El último Primero de Mayo

«¿Será esta la paz que auguraba Veganzones, una especie de sumisión adormilada, propia de los sopores que solo produce el desdén?»

Rafa Vega

Valladolid

Miércoles, 3 de mayo 2023, 00:20

Alfonso Fernández Mañueco está convencido de que su gobierno autonómico en coalición con Vox ha superado el primer año con nota. Si no en conjunto, tiene razón al menos en cada una de las partes. En primer lugar, porque ha superado el año de pervivencia ... toda vez que ha evitado la convocatoria forzosa de nuevas elecciones durante la ventana de oportunidad que se hubiera abierto el próximo 28M y a la que habría tenido que recurrir de haberse plantado —si no por coherencia programática, al menos por denuedo personal— ante alguna de las ocurrencias esgrimidas por su socio de gobierno. En segundo, porque cuesta sobremanera encontrar una sola semana entre el último medio centenar ya superado de su gestión en la que no haya dado la nota. En ocasiones, él mismo, aunque a menudo gracias a los excéntricos comentarios de un vicepresidente sin otro pito que tocar que el de la locomotora institucional o a una Consejería de Industria, Comercio y Empleo que continúa entretenida arrancándole las patitas a toda mosca cojonera que se encuentre cautiva y desarmada entre sus manos.

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Aunque por otra parte, y a pesar de que nadie en su sano juicio creyó a Mariano Veganzones cuando prometía con esa sonrisa irredenta, permanente y hastiada que luce siempre su rostro y que solo podría mantener incólume un lápiz atravesado dentro de la boca, que el recorte de fondos a sindicatos y patronal para formación, por ejemplo, o la liquidación del Serla, redundaría finalmente en paz social para nuestra comunidad, pasado el tiempo y el Primero de Mayo, con su cata inequívoca del grado y condiciones en que se encuentra el descontento obrero y la salud de su compromiso, no hay más que certificar la paradoja de esa inusitada quietud, a su vez inquietante; de esa calma aterradora e inoportuna, ni siquiera rota por el clamor de unas chicharras, aún ninfas bajo tierra, ausentes durante los calores precipitados de abril, ahora que nuestra mesa para el diálogo social yace descompuesta y hecha astillas en la leñera del Colegio de la Asunción.

¿Será esta la paz que auguraba Veganzones, una especie de sumisión adormilada, propia de los sopores que solo produce el desdén? Incluso entre pitidos educados y pancartas formales, se pasea con las manos entrelazadas a la espalda una conciencia de clase que aparenta serlo por tradición o por inercia. La paz social es hoy una moridera con enemigos entre la clase obrera y sindical acaso más peligrosos que los liquidadores ideológicos de Vox.

Acaso recuperemos el chocolate despacioso de la merienda, la cumplimentación social de los hogares, la lectura vespertina de interminables novelas publicadas por entregas. Lo digo porque el aroma de los envites de Veganzones, combinado con la fragancia callejera del último Primero de Mayo, despide un extraño olor a siglo XIX, pero sin el aroma inconfundible del pan candeal, que cada vez se hornea menos, sin el olor intenso de la taladrina a la puerta de los talleres, que ya no abundan. Huele a siglo XIX, pero sin carbón ni bostas de caballo, sin pueriles expectativas, sin su codicioso progreso, sin su movimiento obrero, pero con toda la sumisión posible, que a falta de mesa para negociar pareciera conformarse con otra petitoria.

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Sin embargo, y en contra de lo que parece, la fractura social está ahí. Crece cada día a lo ancho y a lo largo. Cuando sea tarde para cerrarla, porque medie entre ambas partes un abismo o porque la desigualdad aleje a ambas de Europa, asomarán los ensayos explicativos y recordatorios sobre los efectos y las causas, la entropía y el demiurgo. Entre un ya-lo-dijimos y un se-veía-venir que se nos tornarán insoportables por pedantes de últimas y cobardes de primeras.

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