Viajeros acceden al primer tren de Avlo en la estación de Valladolid este lunes. José C. Castillo
La Platería en llamas

Los trenes baratos de nuestra vida

Supongo amortizados todos esos túneles faraónicos que importaron miles de millones; también todos esos nuevos trazados viarios, con ancho europeo y amplios radios de curva

Rafa Vega

Valladolid

Miércoles, 10 de abril 2024, 00:20

Tengo la mitad de mi hipocampo, una de mis aurículas y otro de mis ventrículos depositados en el sur de España desde hace una breve eternidad. Allí andan, a lo suyo, mientras aprendo a vivir sin ellos con naturalidad, cosa que haré más temprano que ... tarde porque hoy ha tocado adaptarse a esta circunstancia, tan fortuita e impredecible como cualquier otra. Podría decirse que en cuanto fue bendecida con los frutos de un hermoso limonero, de esos que maduran en un huerto claro y germinan en la memoria, mi casa encontró consuelo haciendo limonada.

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Como decía Ortega, «el hombre es el problema de la vida», y no al revés. Así que, lejos de sembrar todos los rincones de lamentos, con el corazón a medias y el cerebro menguado, procuro actuar con naturalidad, como si estuviera completo, rellenando a diario tanto espacio vacío con la morralla que produce la rutina. Soy, pues, un cojín que solo pierde sus hábitos por las costuras si es zarandeado con furia extrema; nada a la vista sugiere semejante apaño interior. Aunque reconozco que todo cambia ante cualquier contingencia favorable que sirva para acercar el norte y el sur de la península. Llegado ese caso, todo el conjunto se agita como si fuera una lavadora descompensada y mi entusiasmo se desborda para anegar la anticipación con un reguero de expectativas. Eso supone para mí la llegada de los trenes de bajo coste y colores chillones a Valladolid; esas procesionarias violetas, encarnadas y azulonas que por fin darán puntadas largas y amorosas como hilvanes desde nuestras tierras del norte hasta las sureñas y levantinas sin caer irremediablemente en la casilla de Madrid para despilfarrar, entre andenes, taxis, metros y vestíbulos, todos los minutos ganados gracias a la alta velocidad, como ha ocurrido hasta ahora con este tablero radial de monopolio que es la red viaria española.

Ya sabíamos que es posible partir de Valladolid hasta los confines del mundo. Ese no es el punto. Menos aún para quienes siempre pudieron hacerlo a cualquier precio. Pero que el concepto de tren playero pueda extender sus límites hasta el Mediterráneo es un acontecimiento popular que acaso acabe modificando algunos de los hábitos estivales mas señeros de la ciudad.

Sin embargo, esas albricias que brotan en esta ocasión entre los guarismos del saldo bancario, gracias a unas tarifas irresistibles a la baja, bien pudieran tratar a la clientela como si fuera caballa expuesta en una lonja portuaria. Atentos andamos todos, con la boca abierta, en busca del cebo más irresistible; ese que pida menos por el viaje más largo. El importe rebajado en esta subasta inversa ya ha cifrado los siete euros para un billete de alta velocidad, así que comprendí a mi amigo Alejandro Cuevas cuando dedujo el pasado lunes en esta misma página, con el brillo siempre mordiente de su prosa, que el bajo coste acaso supone el reconocimiento tácito de que Renfe y Adif nos cobraban de más.

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Yo, por mi parte, como ya confesé, he decidido exprimir cuantos limones me lance la vida y no me preocupo por ese pasado de billetes de AVE con olor a banco y que jamás me atreví a romper de inmediato después de usar. En cualquier caso, presumo amortizados todos esos túneles faraónicos que importaron miles de millones de euros; también todos esos nuevos trazados viarios, con ancho europeo y amplios radios de curva. De no ser así, estaríamos ante uno más de esos empeños absurdos, tan comunes en las dinámicas liberales agresivas; ante otra de esas baraturas del círculo que jamás cuadran, como las autopistas radiales, las cajas de ahorros arruinadas o los polígonos industriales vacíos. En ese caso, los siete euros del billete barato solo supondrán el primer plazo.

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