![Tiempo muerto](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/04/30/86413142-k9OB-U2102255678101anG-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Aunque abandonara el banquillo del Estudiantes a los veintiún años, Pedro Sánchez no ha dejado jamás de jugar al baloncesto. Incluso en traje, como todos ... los gigantes de aquella gloriosa selección española que fueron capaces de traerse una medalla colgada al cuello desde California en los años ochenta y que aún brincan, corren y driblan en algún resto suelto de mi memoria con la corbata ceñida al gaznate.
Puede que me la esté inventando, pero creo enfocar la imagen difusa de un par de jugadas protagonizadas por Corbalán para un anuncio de televisón de los ochenta, elegantemente vestido con un modelo de Emidio Tucci, destinadas a mostrar entre pases, carreras, saltos y tiros en suspensión la flexibilidad prodigiosa de aquella prenda de vestir y, no sé..., quizás fuera otro el jugador y otra la firma de moda, incluso otro el deporte, aunque poco importa, en realidad. Lo fundamental es que hace cuarenta años ya sabíamos, gracias a la magia de la tele, que tanto el cargo como el traje encomendado para su lucimiento y representación no solo deben responder en toda circunstancia a las exigencias motoras de la percha, es decir, del cuerpo que lo porta, sino que han de hacerlo de una pieza, sin rasgarse por la inoportuna debilidad de las costuras o por la defectuosa urdimbre del tejido. Y ha de ser más perentoria esta premisa, si cabe, en situaciones apuradas, injustas y comprometidas, como las que se están produciendo a diario en la batahola enlodazada que dirime nuestro destino; en esa cantea barriobajera que ha trasladado su nube cotidiana de pedradas desde el arrabal en que tradicionalmente echaban a volar hasta el cruce noble dibujado por la sociedad en la intersección foral de todos nuestros cardos y decumanos municipales, autonómicos y estatales; justo donde la elegancia apenas tiene ya margen de maniobra y se juega el tipo en cada instante cosida con punto doble a la dignidad.
Siempre que contemplo a nuestro presidente mientras camina solo hacia un atril –como hizo el lunes ante un país pasmado al grito de «Que viene Pedro», una parte, y al de «Que Pedro se va», la otra– comparo sus ademanes con esa legendaria espontaneidad, seguramente ensayada, que se gastó Gary Cooper por las calles polvorientas de Hadleyville; con el ritmo inimitable de los pasos que movieron a Henry Fonda por las aterrorizadas correderas de Tombstone. Observo el ritmo medido en la parsimonia de Sánchez, ese que el lunes añadió como el aderezo caprichoso en la ensalada a cinco días de silencio, y concluyo en mi fuero interno que con total seguridad nuestro presidente sería capaz de salir de cualquier finta apresurada para salvar la posesión del balón más peinado y arreglado que como la empezara; sin una arruga, por supuesto, en el paño satinado de la chaqueta, sin un pliegue de más en el pantalón; como un Corbalán o un Llorente en los ochenta, después de un mate digno de un anuncio.
Pero no solo sabemos que Pedro Sánchez jamás ha dejado de jugar al baloncesto porque conserva ese flow envidiable de las estrellas al caminar, sino porque aprovecha como nadie los tiempos. Que es expulsado de la cancha, pues se trabaja el favor del graderío; que sorprende al adversario cargado de personales, pues le presenta una moción de censura; que se ve sobrepasado por los contraataques y comienza a encajar un triple tras otro entre codazos y bloqueos, pues pide tiempo muerto para acabar con el trance. Pocas soluciones inmediatas hay, tan eficaces para romper una mano tonta o una mala racha, que un tiempo muerto. Ni siquiera es necesario dibujar durante su curso un plan de ejecución en la pizarra. Como todo jugador de baloncesto sabe, a veces basta con dejar que la música inunde el pabellón y bailen las animadoras.
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