![El sol engañoso del invierno](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/02/27/NF0SB811-kCDE-U2101669420831vgD-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Algunos árboles ornamentales han florecido con semanas de anticipación. Por fortuna, el adelanto no ha sido general porque los ejemplares mayores mantienen una burocracia interior inmensa. La imagino despaciosa, monumental, reacia a las emergencias. Una burocracia acaso protocolaria y grandilocuente, más ceremonial que ágil y ... que podríamos apreciar defectuosa en infinidad de lugares —desde la ONU hasta Bruselas; desde el Ecyl hasta el Sacyl—, aunque se torne bendita, como es el caso, cuando mantiene inalterable el curso natural de su propósito, determinante, por muy irresistibles y sugestivos que sean los estímulos externos que la importunan.
Nada que ver con todos esos pequeños ejemplares arbóreos que nos acompañan confinados en alcorques, separados unos de otros a través de una castrense equidistancia —como si estuvieran en un eterno examen de la EBAU—, atados a rodrigones más gruesos y rígidos que ellos mismos para evitar desvíos en su crecimiento. El empuje solar que todos sentimos la semana pasada, durante el segundo asalto del invierno, trastornó completamente su plan interior, su cometido natural, su tarea y razón de ser.
Aquel fue un calor breve y pasajero, grato para los ánimos que andan por ahí cubiertos de nieblas, pero inoportuno; nocivo para todos esos pobres troncos felizmente amodorrados por el intervalo imprescindible de la hibernación que recibieron la llamada de un calor inoportuno. Apenas necesitó insistir ese paréntesis de buen tiempo para someterlos al engaño. Le valió un ligero espoleo, como el que se utiliza para embaucar con una barbilla adelantada y cuatro frases altisonantes a un auditorio maleable y poco despierto.
Hoy es el día en que los pétalos blancos y rosáceos de todas esas flores efímeras han asumido que no se abrieron al sol, sino al invierno. Aquel disfraz de primavera que golpeó con ínfulas la aldaba de su portón vital huyó. Dobló la esquina a la carrera, como hacen los gamberros cuando llaman azarosos a un timbre cualquiera del portero automático y provocan que un inquilino se levante del sofá y acuda al telefonillo con el letargo a cuestas para averiguar decepcionado que lo hace en vano. Que nadie le llamó en realidad, que le habla al vacío.
No solo les ocurre a los árboles pequeños. A nosotros también nos prometen sol en invierno. Alteran los compases de nuestros latidos, alargan los tiempos del aliento. También nos hacen creer, como a la savia de los troncos dormidos, que ahí fuera luce el sol y que ya es abril, cuando aún caen las heladas de febrero.
Hoy asoman esas pobres flores a una inclemencia que no les corresponde, al plazo largo de unos días que aún lucen en corto. Han sido víctimas de un engaño. Contemplo su pasmo, su moridera y no puedo evitar compararme con ellas cuando percibo señales contradictorias, estímulos externos que no obedecen a la estación en curso, ni al plan interno, ni a las posibilidades reales. Después de décadas respondiendo a la llamada de un hito histórico, como fue el soterramiento gestionado bajo el mandato municipal de León de la Riva, y descubrir que aquel sol era de mentira, regresan los estímulos capaces de alterar una vez más el ciclo que vive una ciudad agotada con el asunto.
La naturaleza es más sabia que nosotros. Si el clima abusa de su confianza, el orden natural acabará cambiando sus planes. Los árboles alterarán su floración, las aves migratorias cambiarán sus hábitos. Contemplo la parálisis recurrente sufrida en la ciudad entre soterramientos fallidos e integraciones paralizadas y pienso que Valladolid ha decidido comportarse como uno de esos pequeños árboles ornamentales que se dejan influir por estímulos externos, por soles engañosos de invierno que solo agotan la savia limitada que avanza lentamente por sus entrañas.
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