Pleno del Ayuntamiento de Valladolid. Rodrigo Jiménez
Opinión

El siglo del ratón

La platería en llamas ·

Cuando Jesús Julio Carnero intenta hacer de menos a Pedro Herrero, con esa referencia al caballero inexistente de Calvino, yo siempre acabo recordando las ciudades invisibles

Rafa Vega

Valladolid

Miércoles, 9 de octubre 2024, 06:59

Soy hostil a los videos en redes sociales y a los directos que inflan el ego de tanto 'influencer', pero confieso que en más de una ocasión me he asomado a los directos que emite el Ayuntamiento de Valladolid durante la celebración de los plenos ... municipales. No sé si eso me convierte en un mirón de obra virtual, en un fetichista de las tediosas cuestiones de orden o en un fisgón de la ordenanza. Pero lo cierto es que conecto con la sesión y dejo esa ventana abierta en una esquina superior de mi portátil mientras hago otras cosas, como quien pone la radio y se deja acunar por el runrún de sus conversaciones.

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La calidad de la realización no es sobresaliente y el sonido apenas cumple con su cometido. Ni siquiera el contenido completo —soporífero en su mayoría— logra acariciar las cotas de interés que podría merecer el pequeño grupo de espectadores contabilizado por la aplicación (cinco, doce, siete, quince, según el momento) y que imagino compuesto, en su mayoría, por personal encargado de la comunicación de los grupos municipales y algún que otro periodista, libreta en ristre, que por diversos motivos y circunstancias carece de acreditación y, por tanto, no puede sentarse en la mesa central del Salón de Plenos.

Jamás admitiré, ni bajo extorsión, que la emisión en directo de estas sesiones me entretiene. Hasta ahí podíamos llegar. Pero confieso que en alguna ocasión he lamentado perdérmela. Bien es cierto que durante los años de la segunda corporación municipal, presidida por Óscar Puente, me atraía la posibilidad de escuchar alguna de sus réplicas macarras dirigidas a la oposición —especialmente contra las afiladas imprecaciones de José Antonio de Santiago-Juárez—, con ese estilo desairado que finalmente lo ha catapultado a la primera división de las palestras parlamentarias.

Cuando el año pasado comenzó el gobierno municipal presidido por Jesús Julio Carnero, creí que se amansaría la atmósfera de estas sesiones. Y a pesar de que en su conjunto no logran aquel mordiente, al menos he encontrado en ellas un recurso tan reiterado que acabaré añorándolo cuando desaparezca. Me refiero a esas puyas repetidas, como en la urdimbre elemental de toda comedia, que Jesús Julio Carnero dedica al portavoz socialista de la oposición, el concejal Pedro Herrero, a quien en cada sesión acostumbra a tildar de «inexistente», como aquel famoso caballero llamado Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos, creado por Italo Calvino para completar su trilogía, junto a las historias del barón rampante y del vizconde demediado; apelativo este último que también suele utilizar el alcalde para desdeñar al concejal socialista.

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Sin embargo, no sé si consigue lo que pretende. Al menos, en mi caso, cuando el alcalde intenta menospreciar a su némesis consistorial con esa referencia al caballero inexistente de Calvino, siempre acabo recordando sus ciudades invisibles, aquellas que Marco Polo refería a Kublai Kan, y en casi todas veo el maleficio de la nuestra. Me vienen a la memoria los prejuicios de la ciudad de Cloe o aquella Fedora que miraba constantemente un sueño. Isaura, la ciudad de los mil pozos, y Armilla, habitada por náyades y ninfas. Pienso en la añoranza crónica de Maurilia, obsesionada en la eterna comparación de su presente con su glorioso pasado. Y sobre todo me viene a la mente aquella ciudad invisible de Marozia. Una que eran dos: la del ratón y la de la golondrina, incompatibles ambas, detenidas, contradictorias y estancadas. Y pienso en aquella Sibila que proclamó el fin del siglo del ratón para que comenzara el de las golondrinas, aunque al final, como recuerda Calvino, quienes creyeran volar, apenas se levantaban del suelo «agitando hopalandas de murciélago».

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