Qué puede pasar
La platería en llamas ·
«Nuestro sosias imprudente suele despertar a Vulcano de su siesta mientras prepara una parrillada entre robles, hayas y eucaliptos»Secciones
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La platería en llamas ·
«Nuestro sosias imprudente suele despertar a Vulcano de su siesta mientras prepara una parrillada entre robles, hayas y eucaliptos»En julio siempre regresa al fondo de nuestra entraña —o al menos despierta allí de su letargo— una temeraria criatura, osada y delirante, de la que preferiríamos no haber tenido jamás conocimiento. Un ánimo envuelto en ínfulas de sujeto independiente con el que, llegado el ... caso, negaríamos toda relación, así nos cante el gallo pegado al oído tantas veces como quiera.
Aparece en la estación de la chicharra. En principio, como sustancia idéntica a nosotros, salvo por ese impulso aberrante y sumamente enfermizo que la predispone en los momentos más inoportunos a dejarse la vida en todos sus empeños —nuestra vida, en realidad—. Y lo hace durante el curso de cualquier insensatez ejecutada, como es su costumbre, en el estallido de un repente, sin un solo instante dedicado a la reflexión, sin ese preceptivo tris de prospectiva que reclama la más mínima prudencia. Así es como las personas poseídas por estas criaturas tan semejantes a nosotros se ven sometidas a todo un surtido de disparates, como bien pudiera serlo el hecho de zambullirse de cabeza en las aguas turbias de un pantano; o probar la moto de un amigo con el exiguo pertrecho de unas chanclas y un bañador; o llevar niños sobre las rodillas en un coche sujetos con la inútil firmeza de los brazos durante el breve trayecto que separa la playa del resort; o, por supuesto, despertar a Vulcano de su siesta preparando una parrillada en algún secarral rodeado de robles, hayas y eucaliptos.
Sugirió Cortázar con alguno de sus cuentos que a todos nos cabe la posibilidad de llegar a ser mortalmente funestos incluso durante el anodino instante otoñal en que decidimos ponernos un jersey. Pero me inclino a creer que esos singulares desenlaces malhadados son fruto de una fatalidad ajena al individuo, más propios de la mente caprichosa de un autor formidable, ya sea humano o divino, y que ni siquiera guardan relación con esta criatura estacional que nos empuja al límite de la desgracia, a esta suerte de 'alter ego' que asoma todos los veranos en el mismo espejo del baño que a diario nos devuelve la mirada y se apodera de ella con total desfachatez, justo cuando nos pasa por encima la canícula. También se adueña de nuestras huellas dactilares, que de pronto son suyas, y que habrán de imprimirse, mal que nos pese, como rúbrica de todas sus maniobras.
A nuestro sosias irresponsable le pierden las citas en medio del albero, aunque por la mañana jure a la familia que no se despegará de las talanqueras. También le fascinan los puñetazos en la mesa y las voces que se alzan sobre otras, el insulto fácil y los desafíos espontáneos a desconocidos mentón en alto; le privan los acelerones con el embrague pisado que queman rueda, las incursiones nocturnas en la mar picada, los varapalos furtivos sobre la nalga de los morlacos y la escalada libre entre ventanas. A esta criatura le encanta ponerle muecas de desdén a las salsas caducadas antes de verterlas en el plato, o a una tortilla sin cuajar que lleve media mañana tomando el sol. Y con gusto se regalaría un chapuzón en la Playa de las Moreras para demostrar a la concurrencia y a todos esos peguijeros del matraz y la probeta que no ha nacido escherichia coli ni enterococo capaz de envenenar las aguas del Pisuerga para intimidarlo.
Lo malo es que, a veces, esta criatura veraniega tan audaz y peregrina brota en las entrañas de algún cargo público. Sus ocurrencias acaban entonces como un nublado que a todos nos afecta. Pasan por cerrar consultorios en verano, o suplir la ausencia de médicos con personal de enfermería, por ejemplo, y canturrean risueños al oído, como gallos, «¿Qué puede pasar?», mientras nos empujan uno a uno a la piscina del hotel desde el balcón.
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