Cola frente al Starbucks de la Plaza Mayor el día de su inauguración. Carlos Espeso
La Platería en llamas

Un mundo libre y uniforme

«El precio promocional de aquel Big Mac era más reducido que el de la insípida carne enlatada y dispensada en cualquier economato moscovita donde, por otra parte, harían cola igualmente»

Rafa Vega

Valladolid

Miércoles, 27 de marzo 2024, 00:36

óvenes eternos de edad provecta hacen cola para entrar en el Starbucks de la Plaza Mayor y yo me siento, salvando las distancias del tiempo, del espacio y del poso identitario, como un ruso añejo y contrariado en 1990, cuando se inauguró en la ... plaza Pushkin de Moscú el primer McDonald's.

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Reconozco que entre uno y otro hito hay insalvables diferencias que no pueden pasarse por alto. La primera guarda relación con nuestra endémica merma de efectivos demográficos. La cola rusa fue tan nutrida entonces que aún hoy forma parte del trío para ilustrar un cambio de época junto a la avioneta de Mathias Rust en la Plaza Roja y las pintadas en el flanco federal del Muro de Berlín.

La nuestra es, sin embargo, una cola recatada; sobria, como casi todo en Castilla, aunque hayamos caído en el cargante hábito de la exageración desde que la patria chica se nos vacía y hacemos esforzados ejercicios para asumir que, en estos tiempos extraños y en contra de la costumbre, tres han empezado a ser multitud en cualquier circunstancia, salvo en las relativas al amor.

Tampoco conviene olvidar que los rusos, incapaces entonces de continuar financiando una guerra fría junto a otra caliente y onerosa en Afganistán contra Rambo, Charlie Wilson y los muyahidines, optaban por hacer cola en el nuevo establecimiento de hamburguesas porque el precio promocional de aquel Big Mac era más reducido que el de la insípida carne enlatada y dispensada en cualquier economato moscovita donde, por otra parte, harían cola igualmente.

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Los cafés de la franquicia recién abierta en la Plaza Mayor de Valladolid, por su parte, no son baratos. Cualquiera de los niños perdidos en la treintena y la cuarentena que han guardado cola el día de apertura para comprar un enorme y delicioso Frappuccino podrían haber optado por cualquiera de las numerosas variedades cafeteras que a diario y desde hace décadas se sirven con pericia y solera en decenas de establecimientos vallisoletanos, sin verse obligados a mostrar un desdén tan palmario y doloroso por el efectivo de sus carteras. Así que su motivación principal anda lejos del precio. Tampoco parece que esta última cola local fuera fruto de una indómita curiosidad. Cerca de Valladolid, en ese conglomerado de franquicias y automóviles estacionados que se llama Río Shopping, ya hay un Starbucks que sirve sus productos a una clientela eternamente joven, fiel y azucarada.

Sí, ya sé que siempre hubo colas semejantes a esta. A finales de los años ochenta las vio el Paseo Zorrilla ante las puertas de El Corte Inglés y fueron igualmente copiosas en la calle Mantería para comprar un IPhone; la calle Lencería no sería la misma en verano sin la cola inextinguible de Iborra; también las hubo en la calle del 20 de Febrero cuando abrió Drotos, en la Feria del Libro cuando firmaba Ibáñez y en el Teatro Calderón cuando se vendían a pie de calle los abonos de la Seminci. Será por colas.

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Entonces, ¿qué puede unirme, a pesar de todo, con ese ruso añejo que contemplaba contrariado aquella cola ante un McDonald's? Además de la simple coincidencia de que debió de guardar muchas por necesidad a lo largo de su vida, como yo, que soy un 'boomer' condenado a hacer cientos de ellas con las quintas populosas de mi generación desde que nací, me une un incómodo recelo, el disgusto íntimo y leve que cubre las evidencias inquietantes. Aquel ruso añejo y contrariado que contemplaba la cola kilométrica ante un McDonald's recelaba contra la muestra de diversidad imprevisible que asomaba a través de una franquicia libertadora; yo, pasados treinta y cuatro años de aquella victoria del mercado global, recelo también, aunque lo hago contra la uniformidad totalitaria que se ocultaba bajo ella.

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