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Un niño es una esponja con más cabeza que cuerpo. No en vano, los cánones académicos del carboncillo y la sanguina insisten en la división entre siete cabezas y media para la proporción del cuerpo de un adulto, frente a las cinco para dibujar el ... de un párvulo que estrenará guardapolvo y vida social durante estos días en los que habrá comenzado a pasearse mañanero e inmaculado entre camiones de reparto, vahos de fritura y el mordiente pegajoso de las baldosas que ahora mismo barniza la ciudad. Su mundo va a reducirse, en este capítulo apasionante que comienza, a todos esos gigantes adultos que habrán de dominarlo en casa o en la escuela y a otros tantos cabezudos, de igual tamaño, edad y proporción que, como él, divagarán errabundos y dispersos de un juguete a otro, de una vocal a otra; como esos de cartón piedra que bailan al son de la dulzaina y el tamboril.
Pero decía que un niño, además de cabezudo, es una esponja porque suele pillar las lecciones al vuelo, tanto en las horas lectivas como en las festivas. Por eso sus actos son una sorpresa constante para toda esa cuadrilla de gigantes que baila constantemente a su alrededor y aplaude cada alarde de una sabiduría aplicada, ausente en los libros de Bluey, antes de Teo, o en las horas intensas de actividad en la escuela infantil. Conocimientos tan útiles, sin embargo, como el de saber esperar al momento festivo y de celebración para dar noticias indigestas, irritantes o polémicas; algo que Jesús Julio Carnero aún aplica en el quehacer cotidiano, como si la proporción de su cuerpo y su cabeza se mantuviera intacta desde los cuatro años. Así las cosas, ha preferido traspapelar entre la semana de fiestas un galimatías dinerario sobre las tasas sazonadas con una pizca de prebendas a las familias numerosas y la resolución de rendir homenaje a Javier León de la Riva poniendo su nombre a la Plaza de la Comunicación. En cuanto imaginé a quien fue nuestro alcalde desde 1995 hasta 2015 con el nombre en una plaza, me invadió el soniquete de aquella zarzuela, 'Gigantes y cabezudos', donde las vendedoras le cantan a una, 'la rabanera': «tiene un carácter como una fiera, pero ella es la alegría de la plazuela».
Siempre que se le rinde a alguien un agasajo de estas características recuerdo las palabras de Santiago Amón, cuando afirmaba que «a nadie se le puede negar una medalla, o un cigarro». Pero no puedo ni calibrar la magnitud del homenaje que Jesús Julio Carnero estaría dispuesto a prodigar a su compañero de partido si durante las dos décadas en que sirvió a la ciudad desde la alcaldía, además de acertar con el cambio de fechas para la fiesta de septiembre, hubiese gestionado como es debido la oportunidad histórica de materializar el soterramiento, o si no hubiese ocultado a la Corporación Municipal la firma de aquella 'comfort letter' que sepultó nuestra quimera.
De momento, el homenaje se realizará sin el consenso unánime de toda la Corporación, algo que sí abrigó el reconocimiento a Tomás Rodríguez Bolaños, y eso tiene que doler porque el amor impuesto a base de mayorías ajustadas no es amor.
Aun así, se equivoca la oposición. No me cabe duda de que la Plaza de Javier León de la Riva gozará de bellas vistas, perfecta factura, diligencia en los trámites y finos detalles en el acabado. Si la agrupación socialista echase mano de las lecciones aprendidas en la infancia, propondría el nombre de Soraya Sáenz de Santamaría para el futuro túnel de Arco de Ladrillo; el de Ramiro Ruiz Medrano para el Centro de la Seguridad Social por el que fue víctima de la piqueta el colegio San Juan de la Cruz; el de Isabel García Tejerina para ese centro de inmigrantes que —lo quiera o no el actual alcalde— habrá de construir, tarde o temprano, una gran ciudad como la nuestra.
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