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El de Óscar Puente y Cecilio Vadillo es un duelo político que viene de largo, como los filmados por Sergio Leone en aquella España de ... aridez neomexicana y baratura laboral que se calentaba bajo la canícula del sol de las chicharras.
Los duelos de Leone son espectaculares, claro. Nos dejan sin aliento en cuanto se disipa la penumbra del patio de butacas con los primeros planos de película. Además, son capaces de mantenerse en suspenso a lo largo de dos horas de proyección entre gemidos eternos de armónica, rodamundos peregrinos que cruzan con desparpajo la pantalla y el silbido persistente de unas flautas que entran por los tímpanos como alfileres e invocan a todos los espíritus de la tragedia.
A Sergio Leone le encantaban los personajes cubiertos de poncho y polvareda; sujetos cobijados bajo la sombra de su Fedora; fantasmas de carne y hueso que mantienen la mirada afilada y aguantan el silencio liado en la boca, apenas prendido en la comisura de los labios. Todos ellos dotados con la facultad sobrehumana de esperar pacientemente su momento durante cuatro rollos de película y que, al menos eso pretenden, restablecerá el equilibrio inestable de su particular teatro mundo.
Acierten o no en su propósito, el final urdido por Leone no solo tiende a ser apoteósico, sino que resuelve el ajuste pendiente de las cuentas, el instante tarifario de cobros y de abonos. Cuando llega, vemos entre planos y contrapicados, timbales tremendos y notas suspendidas en la eternidad caprichosa de Morricone, ese rostro impenetrable de quien quiere cobrarse una deuda frente a esa otra mirada incrédula de quien advierte que acaso no tenga más remedio que pagarla, aunque no esperara hacerlo, ni pensara siquiera por un instante que anduviera todavía por ahí, buscándolo.
Como buen romano, fiel a su cultura y a sus orígenes, siempre se esmeró Sergio Leone en perseguir y materializar ese «memento mori» susurrado al oído de aquellos generales romanos cuando disfrutaban de la aclamación popular durante el desfile de sus victorias. Y viene a certificar a lo largo de las tres horas que dura 'Hasta que llegó su hora', precisamente, que ese antiguo e imperial «recuerda que eres mortal» sigue sonando. Hoy no hay vencedor que no lo escuche gracias al coro soberano de las urnas. Y habrá de hacerlo hasta que, en efecto, su hora llegue y suenen los compases inquietantes de la armónica y la película decida resolverse en un instante.
Puente y Vadillo no usan poncho, ni sombrero. Ninguno de ellos es un forajido o un pistolero a sueldo. Pero su duelo viene de largo, como los de Sergio Leone y, como en todos los filmados por él, también el de los dos políticos vallisoletanos gira en torno al ferrocarril. Con los votos en la calculadora, no parece que la candidatura de Cecilio Vadillo haya privado directa y aritméticamente al Partido Socialista de su duodécimo concejal. La pérdida del Ayuntamiento de coalición de las izquierdas parece deberse al descenso en votos de Valladolid Toma la Palabra. Pero es innegable la contribución de Contigo Avanzamos para que, finalmente, el Partido Popular tenga una segunda oportunidad bajo la palabra dada por Jesús Julio Carnero para cumplir con el soterramiento prometido, una vez más, en un órdago que ya no admite faroles.
Quién hubiera imaginado hace algo menos de nueve años, tras aquellas primarias en el PSOE local que proyectaron la carrera de Óscar Puente hacia la alcaldía de Valladolid, que su oponente regresaría pasados unos cuantos rollos de película con la mirada afilada, con el silencio en la boca, a ajustar de nuevo las cuentas pendientes hasta tal punto que acaso haya provocado el fin de la alcaldía de su antaño compañero por un puñado de votos
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