Cuentos tradicionales y de hadas

«En el Museo Patio Herreriano se afanan unas delegacionesoficiales en actualizar el relato de políticas ecológicasque habrá de seguir adormeciéndonos»

Rafa Vega

Valladolid

Miércoles, 12 de julio 2023, 00:28

Entre las inútiles polémicas sin resolver que brotan a diario, como sarpullidos de verano cada vez más habituales y cargantes, me viene hoy a la memoria el debate encendido que se produjo, no hace mucho, sobre el color de piel que lucía un personaje imaginario, ... esa sirena adolescente en la última versión cinematográfica de Disney. Aunque resulte inverosímil, tanto en foros físicos como virtuales hubo cuadrillas, a cual más airada, proclamando que la Sirenita, esa criatura hija del rey del mar, dotada con cola de pez y torso humano, capaz de charlar amigablemente con una mariscada, no podría ser sino blanca.

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Puede que nos hayamos perdido el capítulo correspondiente de Jacques Cousteau, pero a muchos se nos escapa la certeza de que las sirenas reales son en efecto así: pálidas y pelirrojas, para mayor gloria de los hermosos y prolijos cuadros de Waterhouse. Y acaso fuera esa la razón oculta, pero admito que me mantuve entonces al margen del debate porque tan ridículo me resulta el abuso del movimiento 'woke', empeñado últimamente en manipular el marchamo de todo lo tradicional hasta adaptarlo a la ampliación inacabable de su catecismo, como la purista y enconada defensa de unos signos tradicionales que no son tales, sino el resultado de un efecto similar al 'woke' contemporáneo, pero con más décadas a su espalda.

Debiera admitir ese purismo tradicionalista, tan cabreado con la normalización del color de las sirenas o del sexo de las parejas en los nuevos modelos de familia, que también hubo un movimiento similar al 'woke', anterior al nacimiento de todos nosotros, encargado de retorcer y tergiversar a placer cuantos relatos habrían de llegar a los oídos de aquella infancia que acabó siendo nuestra patria. Un 'woke' (llamémoslo así para entendernos) que a partir de la pluma de los hermanos Grimm, por ejemplo, edulcoró la versión morbosa y original de la Caperucita escrita previamente por Perrault; un 'woke' que a golpe de cartas dirigidas a 'Il giornale per i bambini', editor del cuento original de Pinocho, presionó a Collodi para continuarlo tras el triste final que le escribió (colgado del cuello en una rama del Roble Grande por mentiroso y disoluto) a fin de resucitarlo, perdonarlo y convertirlo en un niño de verdad. Un 'woke' que manipuló a capricho y conveniencia los relatos de Simbad y de Aladino, de Blancanieves y Alí Babá, de Los tres cerditos y el Libro de las Tierras Vírgenes. Ni siquiera la versión de la Sirenita que este tradicionalismo tan ofendido con las manipulaciones 'woke' reivindica es la original de Hans Christian Andersen. Acaso olvidan todos estos defensores de la integridad del relato que la joven pez acaba originalmente sus días de mar y montaña deshecha como espuma marina; eso sí, con la posibilidad redentora de alcanzar la vida eterna celestial si cumple la tarea encomendada durante un purgatorio de tres centurias.

«Si algo ha proporcionado longevidad y vigencia a los cuentos populares es precisamente su capacidad de adaptación al entorno cambiante»

Así son los cuentos: relatos rendidos a la manipulación, mensajes prestos al retoque con tal de seguir con vida. Si algo ha proporcionado longevidad y vigencia a los cuentos populares y tradicionales es precisamente su capacidad de adaptación al entorno cambiante, a las inquietudes y gustos de cada época y generación. Ahora, sin ir más lejos, ruge de nuevo el cielo sobre nuestras cabezas por culpa de un helicóptero que nos recuerda la presencia de una cumbre de ministros de Medio Ambiente en el Museo Patio Herreriano. Y es allí donde borbotean hoy las leyendas y los cuentos. Allí se afanan unas delegaciones oficiales en actualizar el relato de políticas ecológicas que habrá de adormecer una vez más a esta sociedad de consumo en la que viajan más en avión los kiwis que las personas.

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