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La Platería en llamas

Carnero, el moroso

«Aquellos cuadernillos de historietas que comprábamos los domingos gracias a la paga semanal contenían un eficaz compendio de perfiles y actitudes, un catálogo resumido de la monumental comedia humana»

Rafa Vega

Valladolid

Miércoles, 13 de noviembre 2024, 07:15

De niños, devorábamos tebeos. Era imposible encontrar una casa o un establecimiento que no apilara un buen rimero de ellos, manoseados, añejos y descoloridos que, sin embargo, permanecían imperecederos. Y éramos inseparables. Allí donde podía verse merodeando a algún niño, incluso esporádica y momentáneamente, esperaban ... pacientemente unos cuantos tebeos, a pesar de los años, tan útiles como el día en que fueron adquiridos. Antes de verse lamidos por las llamas para encender una estufa de leña o extendidos en el suelo para evitar la huella de unas pisadas sobre el embaldosado húmedo, aún tenían la oportunidad de servir a su cometido primordial si algún niño rondaba cerca.

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Niños y tebeos éramos dos valores dispuestos a convivir en el mismo binomio, dos elementos capaces de formar juntos una molécula estable. «Tú espera aquí sentado y no te muevas; ahí tienes tebeos», nos decían los adultos para desactivarnos cuando visitábamos un lugar ajeno a nuestras vidas –la sala de espera de un dentista, la trastienda de una zapatería, la oficina diminuta y abigarrada de un taller de coches–. Confiaban en que gracias a aquel señuelo entintado de chistes, bromas y ocurrencias permaneciéramos un buen rato quietos y callados. Nosotros hojeábamos siempre curiosos aquel material, por muy caduco que pareciera, porque de algún modo entendíamos que su longevidad superaba con creces nuestro conocimiento, siempre bisoño; la cantidad de tebeos conocidos sería en cualquier caso una porción minúscula de todos los que habría aún por descubrir.

Lo que no sabían los adultos entonces es que aquellos cuadernillos baratos, impresos y grapados con desdén que comprábamos los domingos gracias a la paga semanal recién cobrada contenían un eficaz compendio de perfiles y actitudes, un catálogo resumido de la monumental comedia humana. Acaso creían que Carpanta solo era un hambriento infeliz o que las hermanas Gilda mantenían disputas infantiles y superficiales cuando en el fondo de todos aquellos personajes reposaba el paradigma de la inadaptación, el afán por superar unas limitaciones condenatorias, el coraje de la lucha por la vida, el eterno presente que domina las leyes de la jungla social.

Nuestros abuelos aprendieron a resumir patrones de conducta con Tulio, el avaro; con Yorick, el bufón; con Gargantúa y el Diablo Cojuelo, con la pastora Marcela y con don Gil Imón. Nosotros nos adaptamos a los nuevos perfiles con Sacarino y el Caco Bonifacio, Anacleto y doña Tomasa, Rompetechos y la familia Trapisonda. Aunque el papel tosco que soportaba sus turbulentos panoramas fuera capaz de amarillear y descomponerse ante nuestros ojos, los tebeos eran intemporales porque sus apuros jamás se resolvían.

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Así aprendimos a catalogar y compartimentar personalidades, a disponerlas gráficamente en su casillero. Gracias a Ibáñez y a su '13, Rue del Percebe' sabemos colocar correctamente al animalista y a la cicatera, al desahuciado y a la cotilla. Hasta las célebres maneras de Manolo el moroso, siempre enrocado en su buhardilla y afanado en crear nuevas artimañas para estirar la paciencia de sus acreedores continúan intactas para quienes empapamos nuestras pupilas infantiles en esa charca de conductas atropelladas. Basta con escuchar los nuevos argumentos burocráticos y torticeros de la Alcaldía a fin de retrasar sus compromisos con la sociedad que atiende la integración ferroviaria para saber en qué viñeta del tebeo luciría hoy Carnero, allí donde las historietas empiezan y terminan sin salir de la misma página, siempre condenadas a vivir en un bucle infinito e irresoluble. Quizás por eso se muestran intemporales, hasta que alguien las usa para prender una estufa o proteger el suelo recién fregado.

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