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Desengáñese pronto: si no es usted Luis Tudanca, su vida será mañana la misma que hace un mes. Y lamento ser yo quien se lo diga, porque en los contenedores de residuos orgánicos hay más cabezas de mensajero que de gamba y acaso le asalte ... el prurito de tomarla conmigo. A pesar de ello, me veo en la obligación de confirmarle que tanto usted como su circunstancia seguirán igual, aunque lleve una semana sentado a escasos metros de la puerta, sin moverse del sitio ni despistarse, con uvas aún en el carrillo, mientras revisa el correo y la mensajería cada minuto que pasa, ansioso por recibir con los brazos abiertos esa vida nueva que, según tiene entendido, viene con el año.
Sin embargo, toda su dedicación es inútil, créame. Poco importa que espere usted ilusionado, devoto, disciplinado, enardecido, apasionado; como Didi y Gogo esperan a Godot, o el Coronel la confirmación de su pensión; como el Real Valladolid espera recibir una victoria —aunque sea pírrica— o, por lo menos, la diligencia de un presidente solícito —aunque no posea dos balones de oro—; como los contenedores de cartón esperan un vaciado y el barrio de San Pedro Regalado un centro de salud; como el Arco de Ladrillo, un paso subterráneo; como Peñafiel la culminación de una autovía en el valle y Medina de Rioseco la culminación de otra en el páramo; como los coches de línea, una estación nueva; como la Justicia, su ciudad soñada; como Valladolid, un alcalde a tiempo completo; como la juventud, casa propia; como los rumbos de Castilla, de León y del país en su conjunto, unos presupuestos.
Sé que aún confía en que un repartidor pulse al fin el timbre de su casa y le entregue esa vida nueva que debería corresponderle con el inicio del año. Pero por su bien y el de sus obligaciones, agradezca cuanto antes la circunstancia de no llamarse Luis Tudanca, ni estar en su casilla. Esas novedades que soñó al albur de niños cantores, uniformados y loteros, o de no sé cuántos querubines anunciadores al raso, debieron de perderse en el delirio de los festejos o entre las mercancías apabulladas en el almacén de MRW, donde acaso repose extraviado para siempre el jersey de angora que pidió usted a los Reyes Magos, no digo yo que junto al arca perdida del doctor Jones, pero sí, al menos, cerca del móvil antiguo del Fiscal General del Estado o de una copia intacta y desconocida del portátil de Bárcenas; es decir, en el limbo de Nuncajamás.
Aunque lo más probable es que los hilos de esa vida nueva que aún supone de camino, o perdida en el tráfago de la logística franquiciada, jamás salieran de la rueca de Aracne. Y lo sé porque, igual que usted, yo también esperaba algún cambio tras el paréntesis navideño salpimentado con aquella estampita de vaca que no fue sino la última versión actualizada de la misma broma mediterránea y atávica que se gasta y se ríe, sin malicia ni predicamento, entre creyentes y descreídos desde que algún dibujante satírico espontáneo, precursor de mi humilde gremio, se burló de Alexámenos y de su credo en los tiempos de Domiciano, grafiteando una burla en la pared.
Lo único que podemos confirmar tras las fiestas, usted, Tudanca y yo, es que la vida nueva regresa con el calamar y sus juegos, sus enjuagues y sus turbios entintados. Y no me refiero a esa serie coreana tan aburrida, redundante y poco original. Tampoco al arriesgado ejercicio de limpiar uno de esos cefalópodos antes de ser pesado en el mismo supermercado donde uno trabaja. Si es usted Luis Tudanca, sabe que la vida nueva se dispone por el calamar que vive en Ferraz; ese que desde allí agita sus tentáculos omnipotentes en todas direcciones, quirúrgicos y narcóticos, para que las bases crean elegir lo que al líder se le antoje.
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