El radar
Crónica del manicomio ·
«Todos somos homosexuales de nacimiento, aunque algunos dejen de serlo por sus particulares circunstancias. Justo lo contrario de lo que nos hicieron pensar»Secciones
Servicios
Destacamos
Crónica del manicomio ·
«Todos somos homosexuales de nacimiento, aunque algunos dejen de serlo por sus particulares circunstancias. Justo lo contrario de lo que nos hicieron pensar»Charlando hace poco con un grupo de colegas gais, salió a relucir la cuestión de las nuevas sensibilidades eróticas. Todos venían a coincidir en que cada vez se les hacía más cuesta arriba distinguir a primera vista –siempre en referencia a varones– entre los que ... eran o no homosexuales. Hasta hacía unos años confiaban en un radar interior que les revelaba categóricamente la orientación sexual de los demás. Pero de un tiempo a esta parte el mecanismo se atoraba.
Esta perdida de sensibilidad no la enjuiciaban como un impedimento, un defecto o una falla, sino como una curiosidad. A lo sumo la consideraban una incomodidad ocasional. Les atraía, más bien, lo que esa anestesia pudiera traducir sobre los cambios en la subjetividad a lo largo de esta década, pues era precisamente durante los últimos años cuando su puntería había empezado a fallar.
Su naciente torpeza coincide, por otra parte, con el debilitamiento de algunos estereotipos implacables que nos repitieron e inculcaron a mi generación en la adolescencia. Por un lado, nos infundieron la convicción de que los homosexuales se distinguían entre sí de inmediato, como confirman mis amigos, y, por otro, que eran irreductiblemente promiscuos, asunto que me parece más privado y en el que no me he atrevido a entrar. Ahora bien, estas ideas no se inducían neutralmente, como si se tratara de un dato objetivo, sino sobre todo como una advertencia de peligro. Atestiguaban esa amenaza que muchas personas sienten ante una identidad diferente –racial, nacional o sexual–, que concretaban en socorridos clichés sobre la homosexualidad, como si cualquier gay pudiera adivinar nuestra homosexualidad oculta e inconsciente, lo que hacía molesta su presencia, o porque corriéramos el riesgo de ser seducidos a nuestro pesar.
Estas ideas, que serían hoy cómicas si no siguieran generando desgracias, se han ido progresivamente debilitando. Las diferencias sexuales nos son cada vez más indiferentes. El hecho de que una persona sea hétero, homo o bisexual nos la trae al pairo. Cada vez dice menos de la gente. La bisexualidad está en aumento porque no damos más importancia a la orientación sexual que la que podemos colegir de la formación profesional, la altura, la fuerza física, la finura de la piel o los ojos castaños. Diferencias que condicionan nuestros gustos eróticos pero que no representan oposiciones amenazantes y binarias.
El feminismo ha implantado la igualdad entre hombre y mujer, entre hembra y macho, o está en condiciones de hacerlo paso a paso. Si mis colegas observan interferencias en su radar probablemente se deba a que los sujetos ya no emiten señales desde una antena de diferencias sexuales. Cualquiera es homosexual. Es más, todos somos homosexuales de nacimiento, aunque algunos dejen de serlo por sus particulares circunstancias. Justo lo contrario de lo que nos hicieron pensar.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.