Quiero un camión
Rincón por rincón ·
«La sucesión de crisis ha sido de unos efectos tan demoledores que por momentos ha laminado todo lo que hasta la fecha era conocido, todo lo que resultaba cotidiano, cómodo, usual»Rincón por rincón ·
«La sucesión de crisis ha sido de unos efectos tan demoledores que por momentos ha laminado todo lo que hasta la fecha era conocido, todo lo que resultaba cotidiano, cómodo, usual»«Quiero un camión». Ya lo decían Loquillo y Trogloditas en los inolvidables años ochenta. Nada mejor que un camión para todo, porque desde la altura de esa máquina tan imponente y poderosa el mundo se ve casi en miniatura, como si realmente fuera de ... juguete.
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El camión siempre ha sido un elemento fascinante, incluso desde la misma niñez. ¿Quién no ha pedido a los Reyes Magos un camión para presumir con sus amigos en esa jornada tan entrañable? Tanta fuerza en una maquinaria única, y todo bajo el control de un volante y el pedal del acelerador, es una tentación casi irresistible.
Pero más allá de lo puramente icónico, hoy el mundo del camión se ha convertido en un elemento nuclear por la delicada situación en la que se encuentra. Tener un camión ha dejado de ser una fortuna para convertirse en el duro yugo por el que tirar para poder llegar a final de mes.
La situación ha alcanzado con el tiempo un punto de fractura que no sospechaba el sector mayorista, seguramente acomodado en los grandes acuerdos para flotas de gran tamaño, pero ajeno a los problemas de quienes siendo autónomos tienen que pagar un buen montón de facturas a final de mes.
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Hay generaciones malditas, o periodos malditos. Y el actual, es uno de ellos. La última década ha resultado terrible, un terremoto en todos los sentidos. La sucesión de crisis ha sido de unos efectos tan demoledores que por momentos ha laminado todo lo que hasta la fecha era conocido, todo lo que resultaba cotidiano, cómodo, usual.
Y ahora el momento actual deja ver una mezcla diabólica, explosiva, con esa combinación casi impensable que supone anudar una crisis energética con un conflicto bélico de dimensiones impensables. Todo como postre a dos crisis que han castigado sin miramiento a la sociedad en general.
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De todo ello se deriva un escenario maléfico, que ha castigado a todos los sectores y que se sobredimensiona precisamente porque, en medio del caos general, el único nexo de unión se ha 'gripado'. Ese hilo conductor durante periodos como la pandemia era precisamente el transporte de mercancías.
En esos periodos su función, su hacer, ha sido de una envergadura tal que, quizá, no se merecería estar en la situación actual, no tendría que estar asomado al abismo.
El escenario actual no resulta atractivo en ningún caso: una patronal que ha jugado al margen de los autónomos, un sector que es insostenible por sus gastos y un futuro tan incierto que ha forzado un paro sin precedentes y que ha hecho descarrilar a buena parte del país.
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Y eso, que todo lo sucedido se veía venir, o de algún modo se esperaba, o era previsible. Cada transporte pesado consume una media de entre 30 y 40 litros cada cien kilómetros. Y ese es uno de los pilares de unas cuentas que exigen impuestos, amortizaciones, limitaciones de tráfico por seguridad y un mercado competitivo al máximo por el movimiento de las grandes flotas.
Hoy el camión ha dejado de ser aquel imán que atraía todas las miradas. Lo suyo, es una situación agónica acorde con un entorno empobrecido por el efecto de una pandemia sobre otra. Suma y suma hasta el infinito.
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No hay alivio y si queda está en la música.
En los peores momentos toca subir el volumen y gritar a los cuatro vientos: «Quiero un camión», efectivamente.
Y ahora, todos a una.
«Yo para ser feliz quiero un camión
Yo para ser feliz quiero un camión
Llevar el pecho tatuado
En camiseta, mascar tabaco...
(...)
Escupir a los urbanos,
a mi chica meter mano
Yo, para ser feliz, quiero un camión...»
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