Ahora nos quieren reventar los montes
El Valle del Corneja, en el sudoeste de la provincia de Ávila, se rebela contra la explotación minera a cielo abierto bautizada como 'Polonia 1.152'
Daniel Peral
Jueves, 2 de junio 2022, 00:04
Secciones
Servicios
Destacamos
Daniel Peral
Jueves, 2 de junio 2022, 00:04
Ah, si encontraran petróleo aquí, seríamos todos ricos», decía un paisano envuelto en el humo de aquel tabaco de liar, el rudo 'caldo' de gallina, que se fumaba en la época. Por detrás, apenas se adivinaba el rostro, curtido por el aire seco de la ... sierra y con barba de varios días, con pelos como cardos. Después, miraba en silencio el paisaje que se abría al frente, la rastrojera, la superficie de la tierra dura, pobre, exhausta tras la cosecha mísera.
La gente se agrupaba a la caída de la tarde a las puertas de las casas a tomar el aire, a charlar, a hacerse la telenovela diaria, porque en aquella época, a mediados del siglo pasado, no había todavía electricidad en el pueblo, ni agua corriente en las casas de aquella comarca abulense del Valle del Corneja, en la falda norte de la sierra de Gredos. De noche, te ibas a la cama con el candil. Por la mañana, cargabas al burro con las aguaderas y los cántaros para intentar sacar agua de una fuente anémica a medio kilómetro del pueblo. Era, prácticamente, una economía de subsistencia, la geografía de la miseria, un término que me sorprendió años más tarde al estudiar Geografía Humana. También supe recientemente, ahora que se habla tanto del tema, que toda la producción era ecológica, no había abonos químicos, ni insecticidas.
Todo era 'orgánico', pero mísero. No había envases, nada se tiraba. Los restos de la comida se lo comían las gallinas. El pan de centeno era para los pobres. Había un grupo denominado así, los pobres, que vivían de la caridad de los 'acomodados'. Un poco de cereal y algún choto que se vendía en la feria de agosto daba para algún gasto extra. Al pueblo se llegaba por una pista polvorienta por la que, muy de tarde en tarde, venía alguien con 'la pesca', como decían allí, y poco más. La presencia de algún forastero era siempre noticia en el pueblo.
Después, nos empujaron a la emigración, nos sacaron de un mundo armónico, que supo sobrevivir cientos de años, para decirnos ahora en las ciudades, esos lugares en donde se autorizan coches de 450 CV con hipócritas etiquetas verdes, que tenemos que volver a lo ecológico. Algo ha fallado en el 'progreso', en el llamado desarrollo.
«No, yo creo que lo que tiene que haber aquí es uranio, esta no es tierra de petróleo», comentaba otro vecino más joven que había hecho la mili hacía poco en un parque técnico del Ejército y presumía de estar en contacto con el mundo contemporáneo, a pesar de que por el pueblo no aparecía periódico alguno. Pero el hombre intuía lo que se nos venía encima.
Claro, había que soñar con un futuro más agradable. Pero el futuro estaba lejos. Siempre había un tío, un primo o un conocido que había encontrado trabajo en alguna capital. Allí hacía falta mano de obra para la industria y la construcción. Lo del sector servicios, esa cosa indefinible con la que nos ganamos la vida la gente de las grandes ciudades llegaría después, con los tremendos avances que estamos viviendo.
En aquella época todo lo que fuera 'desarrollo' era bueno para salir de una situación que distaba poco de la Edad Media, cuando el sur del Duero fue repoblado por gentes del norte.
Del medio millar de habitantes que tenían los pueblos de media, quedan ahora apenas la décima parte. No solo las guerras arrasan los territorios.
Se abandonó el cereal del valle porque era poco rentable y se abandonaron los montes donde los cerdos subían a la montanera. Quedan cuatro prados en los que los más resistentes, los que siguen pegados a la tierra, crían vacas de excelente carne.
En un cuento muy hermoso, 'Nos dieron la tierra', como todos de 'El llano en llamas', Juan Rulfo relata que tras la 'Revolución', con la reforma agraria, les dieron terrenos a los desheredados, pero cuando los vieron los recién llegados comprobaron que eran secarrales improductivos, llanuras tórridas donde el salivazo no llegaba al suelo porque se evaporaba antes.
Ahora resulta que tenía razón el vecino ilustrado. Sí, en aquella tierra mísera había algo de valor. No hay uranio, o no lo han encontrado de momento, pero sí parece que en esas duras rocas graníticas hay materiales valiosos como el feldespato, algo que necesita el desarrollo en algún lugar del mundo. A nosotros no nos dieron la tierra, nos expulsaron de ella. Y ahora, para extraer mineral, quieren reventar lo poco que ha quedado.
Al proyecto lo llaman Polonia, nombre de caritativa actualidad. Quieren parcelar los montes del Valle del Corneja, al oeste de Ávila, en los pueblos de Santa María del Berrocal, El Mirón, Collado del Mirón, Becedillas y Malpartida de Corneja. Pero esas aldeas vaciadas hace décadas, dormidas a los pies de la Sierra de Gredos, se agitan ahora contra la barbarie.
Muchos de los descendientes de las gentes que poblaron esos lugares hemos nacido lejos. Somos, de alguna manera, exiliados, porque siempre estarán en nuestra memoria los meses que pasábamos allí, sin radio, sin televisión, sin móvil, simplemente inmersos en aquella naturaleza dura, pero hermosa, en donde habían sobrevivido y se habían reproducido nuestros mayores, de genes graníticos, tan pegados a la orografía como ese mineral que ahora quieren extraer.
No, no hemos aprendido nada de la pandemia. Hace dos años, algunos iluminados decían que esto debía parar o que habría que frenar un desarrollo sin sentido, que destruye en este momento ríos, montañas y paisajes en cualquier lugar del mundo. Una globalización en la que los virus viajan en avión de un extremo a otro del maltratado planeta, en primera clase y con aire acondicionado.
Ahora, en este caso, quieren reventar los montes, ese paisaje abandonado que se va reconvirtiendo en bosque, que vuelve a su estado natural, por donde hozan los jabalíes, pero que sirve al menos a la naturaleza, a los que quieran pasear respirando ese aire fino, limpio, inigualable.
El progreso nos arrebató la población y ahora nos quieren quitar lo único que nos queda, sacar el mineral por pistas polvorientas, llevarlo a otros lugares y hundirnos más en la miseria. Los camiones pasarían de largo como la caravana de coches marshallianos de la película de Berlanga, dibujando, no una estela de polvo, sino de destrucción.
Dejadnos al menos como estamos, porque el ' progreso' será de otros, no nuestro.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.