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Queridas majestades...
Rincón por rincón ·
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Rincón por rincón ·
A la gente normal, la que no va en el coche oficial y se levanta de madrugada sin pestañear, le importa con seguridad la batalla política, pero mucho más pagar las facturas cada mesA estas horas Melchor estará dormido, Gaspar ordenará el desbarajuste propio de una intensa madrugada de reparto de regalos y Baltasar reposará tras un merecido desayuno. Hay pocas noches tan intensas como esta última, en la que la realidad, el deseo y la ficción avanzan ... sobre camellos hasta alcanzar el infinito.
Mucho trabajo para tres seres míticos que, con seguridad, cada año regresan al desierto deslumbrados por cuanto acontece a su paso. No es fácil responder con regalos a una realidad muy retorcida, tanto, que convierte cuestiones que se suponían normales en misiones casi imposibles.
Puede que, con el paso del tiempo, dejar los regalos en el centro del salón pase a ser un asunto 'de segunda' para, quizá, centrarse en otros aspectos más intangibles pero igualmente vitales que llevar a los destinatarios: la prudencia, la capacidad de diálogo, el sosiego, la serenidad, y el realismo.
No parece propio en los tiempos actuales pasar de puntillas por el salón de la casa de cualquier político para dejar un par de camisas, un reloj de última generación, un libro biográfico o el último juego de 'Jumanji', por poner un ejemplo. Mejor no. Y todo para llevarse como avituallamiento quién sabe si una galleta, una aceituna, o un poco de leche. En los salones se puede encontrar de todo.
La intensidad política de los últimos meses, multiplicada en el inicio del nuevo año, invita a otro tipo de cuestiones que superan lo puramente material.
Más allá del intenso debate generado por si esta España se parte, o no, quizá convendría recordar la importancia del buen y sereno gobierno y la distancia que separa a quienes gestionan y a quienes son gobernados.
Resulta capital que este país sea uno, indivisible, coherente con sus principios y ajeno a desvaríos fuera del marco constitucional. No está el país para irse al precipicio por cuatro tipos con un embudo en la cabeza y un gran matasuegras en la boca.
Siendo el asunto tremendo, importante y capital, se sitúa muy lejos de lo que ocurre a pie de calle. Y eso es lo que se han encontrado Melchor, Gaspar y Baltasar. En la calle, y no es imprudente recordarlo, los ciudadanos viven pendientes de tener un trabajo. Sí, puede que mal pagado, cargado de esfuerzos y hasta poco considerado, pero un trabajo.
A la gente normal, la que no va en el coche oficial y se levanta de madrugada sin pestañear, le importa con seguridad la batalla política, pero mucho más pagar las facturas cada mes, llevar a sus hijos al colegio, poder hacer frente al gasto de la Universidad, cumplir con el alquiler y, por supuesto, llegar a fin de mes.
Y no solo le preocupan esos aspectos. Le inquietan cuestiones tan básicas como la sanidad y las listas de espera, la educación o el estado de esas pensiones a las que ha estado alimentando durante décadas para que en el último instante le dejen entrever que quizá, tal vez, pudiera ser, a lo mejor ni la llega a percibir como tantas veces había soñado.
Hay un mundo irreal o no tan real, como es el político, y otro mucho más cierto cuando se pasea a pie de calle. Más cierto y más sufrido, mucho más sufrido. Hoy resulta imposible desvincular ambos escenarios. Pero asumida esa realidad merece la pena volver al salón para comprobar si, en esta ocasión, hay menos papel de regalo y un poco más de prudencia, capacidad de diálogo, sosiego, serenidad y realismo.
Seguro que si es así todos saldremos ganando... también los políticos
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