The Queen died
Carta del director ·
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Carta del director ·
«Las redacciones debemos conocer, entender, interpretar y contar, a toda prisa en varias plataformas, decenas de nuevos acontecimientos y noticias»El pasado jueves por la noche dudé y, a diferencia de lo que sucede habitualmente en periodismo, que quien duda suele acertar, en esta ocasión no sé si me equivoqué. Dudé si este viernes El Norte de Castilla debía abrir su portada con un gran ... titular en inglés. Este: «The Queen died». Lo consulté. No recibí unanimidad en las respuestas. Creí que hacerlo así no representaría un impedimento para su correcta comprensión. Y consideré que no habría una oportunidad mejor para que la cabecera decana de la prensa diaria en España llegara a los quioscos el viernes con un titular histórico en otro idioma distinto del castellano. Pero al final usamos nuestra lengua. Las redacciones debemos conocer, entender, interpretar y contar, a toda prisa en varias plataformas, decenas de nuevos acontecimientos y noticias. Distinguirse, mostrarse como una voz única o singular, transmitir a nuestros lectores que nos ocupamos de la actualidad con profesionalidad, dedicación y mimo no es sencillo. No siempre lo hacemos en las mejores condiciones ni circunstancias. Y la muerte de Isabel II nos sorprendió en medio del día grande de las ferias de Valladolid… Los textos más cortos y más directos son a veces los que necesitan más maduración y tiempo.
Como ese titular hubiese supuesto no solo un contenido de carácter informativo, sino también un símbolo y un gesto en sí mismo, que es lo que se pretendía en última instancia, hoy lo rescato para abrir mi carta de este domingo. Porque la muerte de la Reina de Inglaterra nos está recordando la importancia que siguen teniendo los gestos, la liturgia, el protocolo y todas esas cosas antiguas, artesanas o meramente procedimentales que nos distinguen. La cultura anglosajona, más la anglo que la sajona, es una de las que alcanza cumbres en ese aspecto. Forma parte de lo que la hace tan fuerte colectivamente. Reconozco que me sobrecoge y admiro que en la BBC, el canal público británico, siga vigente un reglamento de máxima autonomía periodística frente a injerencias del Gobierno o la Corona que al mismo tiempo contempla como norma que en días como estos sus presentadores aparezcan en pantalla de riguroso luto. Me parece un impecable ejercicio de respeto que el breve comunicado de la muerte de la monarca fuese enmarcado y colocado por dos mayordomos de Buckingham en la puerta principal del palacio: «The Queen died peacefully at Balmoral this afternoon». Y creo que lo decente ante acontecimientos como este, para sorpresa de algunos tuiteros y nativos digitales, era que los dirigentes institucionales de todo el mundo mandaran al nuevo Rey de Inglaterra, Carlos III, un telegrama con sus condolencias. Un telegrama, no un correo electrónico. No un mensaje de voz. No un whatsapp.
Todas estas cosas tan antiguas, tan poco innovadoras, tan rígidas, dotan de consistencia física y palpable a las realidades simbólicas o espirituales, que son las que de verdad cohesionan una cultura, una nación, casi cualquier organización humana que desee perpetuarse en un largo horizonte temporal. Son las que estimulan el sentido de pertenencia y conceden a las costumbres el valioso abrigo de lo previsible y seguro. Por eso hay himnos, banderas, colores, escudos, coronas, museos y libros de historia. Hay héroes. Hay fechas. Los británicos son gente muy particular y lo son a sabiendas. Conducen por la izquierda porque les va la vida en ello. De hecho, tienen ante sí una de las crisis políticas y territoriales más agudas que recuerdan, con las tensiones en Irlanda del Norte y Escocia, la recesión económica, las consecuencias del 'brexit' y una primera ministra recién estrenada, pero eso sí, para momentos como este disponen incluso de un nombre en clave: «El puente de Londres ha caído». Y hoy lloran la muerte de su reina Isabel, que lo fue durante 70 años.
Los españoles somos diferentes. No encontramos la manera de protegernos de nosotros mismos. Aquí en Castilla y León, sin ir más lejos, estamos en pleno revisionismo festivo. No me refiero solo al baile en el calendario laboral que está manejando la Junta con el 25 de julio o el 2 de enero, día en que se podría conmemorar la toma de Granada por parte de los Reyes Católicos, en 1492, y la culminación de la Reconquista. Mucho más preocupante es que, a estas alturas, se cuestione si debemos celebrar o no Villalar, por ejemplo. Y es seguro que, si nadie pone remedio, en pocos años nadie sabrá ni qué fue aquello...
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