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Abierta la temporada a comienzos de febrero con una cogida de Pepe Moral en Valdemorillo, donde un miura complicado le destrozó la rodilla (que un miura salga complicado viene siendo lo normal desde hace cerca de ciento ochenta años) cuando lo recibía a la ... verónica, el cierre no ha podido ser más funesto, escrito el pasado fin de semana en Las Ventas y en el coso zaragozano de La Misericordia con la sangre de un par de toreros, un banderillero y sendos recortadores. Y nada de percances veniales, porque dos de ellos estuvieron literalmente del otro lado: Gonzalo Caballero, diestro joven pero veterano en percances graves, y Mariano de la Viña, banderillero curtido donde los haya, veintitantos años al lado de Enrique Ponce y, en consecuencia, con infinidad de corridas en su haber. El primero ingresó prácticamente desangrado en los benditos dominios de don Máximo García Padrós, en tanto el segundo lo hacía en parada cardiorrespiratoria en los del doctor Val-Carreres y sus respectivos equipos, quienes se los arrebataron a la Mano de Nieve cuando ya los perdía por el recodo final del camino sin retorno. La corrida del día grande resultó una batalla. Ponce, que tuvo que sobreponerse al horror, toreaba y siguió toreando con una costilla fracturada, cogido en el primero de sus dos compromisos en el Pilar, mientras los recortadores, ambos castellanos, caían en esa misma jornada funesta: por la mañana el vallisoletano Pablo Martí, 'Guindi', en la final del XX Concurso Goyesco, y de noche el burgalés Pablo Villanueva, 'Aguilucho', en el IX Concurso con Toros de Fuego. El último fue Miguel Ángel Perera, mandado al hule por el sobrero que remataba el ciclo. 'Caporal' le asestó una cornada de consideración en la parte posterior del muslo. Y entonces, llevado en volandas a la enfermería, el torero extremeño levantó un monumento a la solidaridad humana: que los médicos no le dedicaran ni una fracción de segundo, que siguieran con Mariano de la Viña y que a él lo trasladaran al hospital. Que salvaran la vida a su compañero; él aguantaba. En resumidas cuentas, frente a la adversidad: cirujanos taurinos con saberes en puntas y precisión de orífices; Ponce o la entereza desde el magisterio, y Perera, «corazón desmesurado», que hubiera cantado Miguel Hernández. En contraste con tanto postureo, ahí queda eso.
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