Lo del calzoncillo triste a medio rellenar, el michelín fofo y blancuzco desbordado y el gesto de patán, con las prostitutas pasando la tarjeta cargada de dinero público por el datáfono, ya lo hemos visto otras veces. Y con la misma náusea. El corrupto ... de turno, para celebrar sus éxitos, recurre a lo que uno de esos prohombres de la política española llamó «un volquete de putas». La frase lo dice todo del tipo. Seguro que forma parte del ejército de argumentadores profundos que defienden que exista la prostitución «si se ejerce por voluntad propia» o por cualquier chorrada paradójica –y falsa desde su primera premisa– similar.

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Solo eso ya te carga la taza de asco a rebosar. Pero entonces ves que sigue el revuelo en la izquierda con la ley del solo sí es sí mientras se incrementa la cifra de beneficiados por la aplicación de la ley. Más de seiscientos agresores sexuales de todo pelaje pero de un solo sexo, varón. Seiscientos despojos que consideraron que tenían derecho a tocar, sobar, lamer o penetrar a una mujer sin su consentimiento. Y el caso es que son más. Porque faltan los que mantienen sus condenas intactas y los que no se han comunicado por parte de algunas audiencias provinciales. ¡Y eso solo los que están enchironados! Que las mujeres ahora, ya se sabe, no aguantan un piropito.

A puteros y agresores se les suman los maltratadores. Las 1.191 mujeres asesinadas a manos de sus parejas en 20 años son el extremo brutal de un mal con raíces mucho más profundas.

Pero la violencia machista no existe. «Ni machismo ni feminismo», ha comparado tramposamente alguna celebridad de la política erigida en Tito Berni de una igualdad que ni se atisba.

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