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Apartir de 1976 ni el mejor ilusionista del mundo hubiese podido hacer desaparecer el adjetivo derecha de la escena política española con la eficacia que lo hicieron los mismos políticos de esa ideología. Mientras que aparecían decenas de partidos en los que el adjetivo socialista ... o comunista era parte esencial de su identidad, las formaciones de derechas huían de ser identificados con esa palabra. El mayor partido que formaron los políticos de derechas, y al que votaron la mayoría de los electores de esa ideología, se denominó Unión del Centro Democrático.
Esa renuncia a sus orígenes fue el primer paso mediante el cual los acomplejados políticos de derechas otorgaron a la izquierda la potestad no solo para dar carta de naturaleza a lo que era democrático o no, constitucional o anticonstitucional, sino también al relato del pasado. Y la izquierda tomó nota.
Apoyada en líderes de opinión, y fundamentalmente en los medios de comunicación social, la izquierda comienza a imponerse en los ambientes cultural, social y político. Mediante la educación de sucesivas generaciones logra un estado de opinión favorable en gran parte de la sociedad. Con leyes de elevado contenido ideológico desgrana cuál debe ser el pensamiento único social, cultural, intelectual, e incluso ético.
Para anular, aún más si cabe, cualquier tipo de resistencia, se impone en todos los ambientes sociales, políticos, intelectuales, culturales... la agenda de lo que se conoce como políticamente correcto. Algo que, para una persona normal, no deja de ser en ocasiones alucinante, en ciertos aspectos retorcido y en determinadas situaciones hasta siniestro. Pero los políticos de derechas, acomplejados, asumen sin protesta toda esa ingeniería social que contamina las relaciones sociales, en lugar de exhortar a preservar la democracia y defender el estilo de vida occidental.
Lo lógico es que la derecha hubiese planteado batalla ante semejante imposición de línea de pensamiento ideológico, pero el problema es que esa derecha, al carecer de principios, era 'tibia de corazón'. Y dominada por el miedo, el egoísmo y la carencia de ideología, hace lo que la izquierda espera de ella: colaborar.
Mucho me temo que las últimas elecciones no hayan servido para nada. Absortos en sus cambalaches y chalaneos, preocupados en tocar poder para seguir viviendo del presupuesto, acostumbrados a que el electorado les sea fiel, aún no han asimilado que la sociedad no olvida que, cuando fue necesario, fueron tibios y no supieron gestionar una crisis gravísima.
Que a muchas personas les preocupa observar cómo la ausencia de bagaje político provoca que muchos dirigentes de partidos de derechas en la actualidad no tengan presente que la acción de gobierno exige un equilibrio entre idealismo y pragmatismo, imprescindible para mantener la necesaria tensión entre la práctica y las ideas.
Y el pasado no se puede olvidar. Sobre todo porque gobiernos, que los electores pensaban que eran de derechas, fueron tibios con los asesinos terroristas e insultaron gratuitamente a las víctimas de tantos asesinatos y, lo que es mucho peor, fueron también tibios en la defensa de España.
Sin embargo, en la cumbre de su incompetencia y soberbia, a día de hoy se siguen negando a escuchar la voz de los que están avisando de que están hartos de que se trate de ocultar la incompetencia, y la falta de decisión, con la excusa de la flexibilidad, del consenso, del diálogo y el pasteleo. Que exigen, en resumen, que España sea un Estado de Derecho en donde todos los ciudadanos sean iguales ante la Ley.
Generalmente hablando, se puede decir que una parte considerable de ese electorado ha hecho suyas las palabras de San Juan en el Apocalipsis cuando dice:
«Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca».
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