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Carles Puigdemont no ceja en su empeño de reivindicar la desdicha de Napoleón en Waterloo y convertir la plaza en escenario de sus intrigas políticas para cambiar la geografía política de Europa. Su gran ambición, y motivo de sus desgracias, es pretender convertir a Cataluña ... en una República , lógicamente, asumir él la Presidencia aureolado con la simbología del triunfo.
Como la relación con sus aliados tradicionales y coyunturales en Cataluña no va bien y cada día se ve más relegado en su soledad, busca desesperados apoyos foráneos para seguir contando en la vida pública y de paso enredar con intrigas para complicarles la vida a sus conciudadanos. Ya debe de tener bien claro además que, en el marco de la Unión Europea, donde quisiera cobijarse, no tiene futuro. Tampoco en EE UU, la potencia que venció la división territorial para prosperar. Ningún Gobierno democrático escucha sus argumentos que, además de incongruentes, chocan con la defensa que todas las constituciones de los países libres hacen de su integridad. Ante esta situación parece que la última alternativa que se le ha ocurrido es Rusia.
La Rusia de Putin, que balancea entre la dictadura y la libertad, las declaraciones de paz y las incursiones en todas las guerras, parece que es la alcayata donde agarrarse. Puigdemont parece que espera que desde Moscú le llegue la salvación. Putin y la sombra alargada de la vieja KGB pueden echarles una mano a sus propósitos de desestabilizar Cataluña, y de paso a España y luego a la Unión Europea. Putin a eso se apunta siempre. Lo que no está claro en esta extraña relación son las incongruencias de los argumentos.
La Federación Rusa de Putin, heredera de la desintegrada Unión Soviética, es actualmente el país con más problemas secesionistas del mundo. Todos recordamos la etapa reciente del terrorismo checheno que reivindicaba la independencia y fue aplastado sin la menor consideración, sin juicios ni garantías jurídicas, ni indultos o amnistía. Para las ambiciones de los independentistas catalanes, un pésimo ejemplo.
Pero no es sólo en Chechenia donde Vladimir Putin tiene que enfrentar problemas territoriales y además en las dos direcciones. Los conflictos separatistas están presentes en Daguestán, Yacutia, Baslarlostan, Tartaristan o Tuva, entre otros lugares. Son regiones alejadas y mal comunicadas, lo cual facilita que desde Moscú se impida que las noticias sobre incidentes y reivindicaciones lleguen a Europa. Claro que la política es complicada y versátil.
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