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Todavía hay quien piensa que los políticos actuales son personas con una serie de ideas determinadas y una cosmovisión concreta que buscan después el partido ... más compatible con ellas para poder llevarlas a la práctica y transformar la sociedad, como idealistas, como soñadores, como Martín Luther King en las escalinatas del Monumento a Lincoln diciendo: «Yo tengo un sueño». Solo que cambiando Washington por su pueblo. Según esa manera de ver las cosas lo primero sería el 'qué' y después ya llega el 'cómo'; primero surge la visión y después se intenta ocupar el poder para llevar esa visión a la realidad. El poder, por lo tanto, sería solo un medio y queda supeditado a un fin, que es transformar la sociedad sobre la base de unos ideales, traducidos en políticas concretas y recogidas en un programa electoral que el pueblo ratifica en las urnas.
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Bien, todo eso es falso. Hoy por hoy el verdadero fin es ocupar el poder para que no le ocupe el otro. Las urnas son solo el medio. Y del programa ni hablamos. Los políticos ya no son ciudadanos con unas ideas y una vocación de servicio público como aquellos de la Transición –o sin ir tan lejos, como Jesús Quijano– sino profesionales, ejecutivos, empleados que trabajan para un partido como podrían trabajar para Phillips o para General Motors. Hemos pasado de «yo tengo un sueño» a «yo tengo un curro». No es necesario, por lo tanto, estar de acuerdo con todo lo que decida el líder/jefe. Ni siquiera con la mayor parte. Nos dirán que «uno es un profesional, cumple con su obligación, a veces está de acuerdo con el que manda y otras no, pero romper el carné y renunciar a una responsabilidad pública solo por no estar alineado con lo que se está haciendo es una cursilada, una niñería de persona inmadura que no está al nivel de la política profesional, donde hay que saber tragar, aguantar y mirar para otro lado». Vamos, que lo valorado, lo bien visto es ser un cínico, un lacayo y tragar con lo que te digan, sea esto o no lo que prometiste, concuerde o no con lo que piensas y sea o no lo bueno para la gente del territorio al que representas.
Esto sucede en todos los partidos, por supuesto, no es un mal solo de unos. Pero en ningún lugar sucede como en el PSOE. Y yo supongo que si el gobierno acabara aprobando el plan fiscal que exigen desde Cataluña no habrá ni un solo socialista castellano o leonés de acuerdo. Luego lo dirán o no, ese es otro tema, pero en su arquitectura íntima es materialmente imposible que les parezca bien, no puede ser, es inconcebible que un partido en cuyos estatutos se puede leer que aspira «a transformar la sociedad para convertirla en una sociedad libre, igualitaria, solidaria y en paz» esté a favor de lo contrario, es decir, de una sociedad de privilegios en función del lugar de nacimiento, sin esa solidaridad entre los territorios que ordena la Constitución y, por supuesto, sin paz. Porque yo de los viejos socialistas aprendí que sin justicia social no hay paz posible. Y, desde luego, no es justo que, como propone ERC, Cataluña mantenga con el Estado una relación bilateral, diferente, especial, que recaude todos sus impuestos –52.000 millones de euros para robar– y que tenga la soberanía y la capacidad normativa para regularlos. Y, como no es justo, se estaría poniendo en riesgo la convivencia. Y entonces la paz social será una quimera. Porque los que no somos catalanes no estamos muy de acuerdo con que se nos considere ciudadanos de segunda, con menos derechos, con menos entidad jurídica y que nuestros hijos y nuestros mayores sean tratados como seres inferiores solo porque es lo que le viene bien a Voldemort. Simplemente, no es constitucional. Pero, claro, si el programa electoral es una estafa imagínense la Constitución, en la que ya hemos visto que cabe todo lo que le parezca bien a Pumpido, que es el vértice final del poder, un Rey Sol que solo da sombra y que se pone por encima de la voluntad popular actuando como constituyente sin intermediarios.
Así que prepárense. Lo veremos aprobado. Y lo veremos aprobado porque Sánchez necesita aprobarlo para seguir en el poder. Si ha sido capaz de aprobar una amnistía para ladrones, corruptos, golpistas y terroristas, imagínense lo que le va a costar aprobar un cambio en el régimen fiscal que, entre otras cosas, implica que Cataluña decide si quiere dar algo al resto de comunidades o no. Y en caso afirmativo a quiénes. Y a cambio de qué. Es decir, Puigdemont va a ser capaz de decidir que los ricos de allí no compartan sus impuestos con los pobres de Castilla y León solo porque no está de acuerdo con que aquí no haya impuesto de sucesiones. Dirá que si queremos más dinero, que lo recaudemos nosotros. Y con independencia de lo que ustedes piensen del impuesto de sucesiones es intolerable que los presupuestos de esta comunidad se decidan en Pedralbes. Y que nos impongan políticas que aquí nadie ha votado, se nos retiren competencias y cedamos las transferencias a un 'Führer' que se cree Napoleón con flequillo. Porque, entre otras cosas, esa deriva implicaría, de facto, que la progresividad fiscal y la redistribución del dinero de los ricos catalanes no vaya a las comunidades gobernadas por el PP, creando dos Españas, las del PP –donde Cataluña no dejará un duro–, las del PSOE, es decir, Castilla La Mancha y Asturias –donde impondrán sus políticas pancatalanistas, panpopulistas y pancleptómanas– y las comunidades nacionalistas, donde no habrá problema para compartir, que es vivir. Y a veces, matar.
Veremos si el PSC de Castilla y León está de acuerdo con defender esto a cambio de unos mesecitos más de sueldo. Veremos qué dicen todos esos cargos a los que les da exactamente igual su tierra si pueden seguir haciendo carrera en la multinacional, que vende ideas como podría vender chorizos o brocas del 6. Y luego veremos cómo defienden el progreso, la igualdad y el reparto de la riqueza desde políticas de extrema derecha xenófobas y desde el nacionalismo supremacista. Yo ya solo puedo pensar en Tudanca justificando todo esto, muerto de risa, diciendo que Puigdemont entero se siente comunero y pidiendo el voto a la gente desde lo alto de la Escalera Dorada de la Catedral de Burgos. A lo mejor hast«a lo hace en catalán: «Jo tinc un somni».
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